Recuerdo cuando Lucía y Jesús eran pequeños y mamá siempre se empeñaba en vestirlos igual por el simple hecho de que son gemelos. Jesús siempre llevaba el pelo repeinado, intentando parecer un niño bueno, y Lucía siempre llevaba alguna coleta, que de unas maneras u otras acababa desecha, y ese hecho siempre hacía que mamá estuviera detrás de ella cada vez que la coleta acaba en una densa melena rubia. En cambio, yo era la niña a la que el rosa no le gustaba y cada vez que mi madre me vestía con algo rosa, empezaba a llorar y cogía unos berrinches de toma padre y señor mío.
También recuerdo alguno de los momentos vividos en las vacaciones de verano con mis padres y mis hermanos. Recuerdo a la perfección el día que Jesús decidió meterse a la playa sin sus manguitos y mamá montó un numerito en la arena viendo como mi padre tuvo que ir a rescatar a uno de sus hijos; cuyo hijo, estaba en la orilla de la playa rebozándose entre el agua y la arena.
Recuerdo también el día en el que María y yo nos conocimos cuando nuestras madres nos dejaron en esa especie de guardería mientras hacían su cursillo. Ese día yo llevaba mis botas de estrellas preferidas, y María nada más que hacía pisarme una y otra vez para hacerme rabiar, y cuando consiguió lo que quería, fui corriendo a mi madre como si me fuera la vida en ello y le dije que esa niña era mala y que no la quería ver más.
No sé en qué momento exacto de la vida empieza una persona a recordar cosas. Siempre he pensado que una persona recuerda las cosas porque le han marcado en algún momento de su vida. A mí, personalmente, me han marcado tantas cosas en mis años de vida, que me acuerdo de todas esas cosas que me han alegrado, me han puesto de los nervios y me han hecho daño.
Me prometí a mí misma, que no pensaría nunca más en las cosas malas que me habían pasado, porque recordar, a veces, no resulta sano, y a mí, no me resultaba sano. Habían pasado por mi vida muchas personas y nunca ninguna pérdida de estas me había causado dolor, siempre había eliminado de mi vida a aquellas personas que se consideran tóxicas, sin miedo de las repercusiones que pudieran traer; pero hubo una perdida especialmente en mi vida, que me había dejado muy tocada, tanto, que me refugié en mi trabajo y no pensé en nada más. Aquel acto tuvo muchas repercusiones en mi vida, y a día de hoy me arrepiento de todo lo que pasó en su día.
Me había saltado todas las paradas del metro después de haberla visto a ella. Cuando me quise dar cuenta, eran casi las seis de la tarde, y estaba sentada en una parada de no se que estación. Nada más que veía a gente que subía y bajaba de los vagones del tren; algunos iban trajeados y con cara de frustración por el simple motivo de que su trabajo no terminaba por contentarles y el hecho de tener que madrugar e ir a trabajar a un sitio donde tienes que aguantar a gente exigente todos los días acaba cansado, y por otro lado había gente contenta, gente que empezaba con el fin de semana o que comenzaba con sus vacaciones de verano. Porque así era Madrid, una ciudad en la que hay muchísima gente y nunca te paras a fijarte en nadie, pero ahí estaba yo, empanada viendo a la gente pasar a mi alrededor. Me levanté y me encaminé hacía la salida del metro y conforme salía para la calle, empezaba a notar el bochorno. Estaba en la parada del metro de Ciudad Universitaria, por lo que no estaba muy lejos de casa, pero aún así, tendría un buen paseo hasta llegar.
Comencé a caminar, y me di cuenta de que estaba cerca de casa. Serían ya casi las ocho de la noche y a esas horas Jesús ya estaría en casa. Como es normal, a estas horas los pies me empezaban a pesar después de haber estado encima de unos tacones todo el día.
No me resistí más, y por eso en cuanto llegué al portal, lo primero que hice, incluso antes de meter la llave en la cerradura, fue quitarme las sandalias. Si mi madre me hubiera visto hubiera empezado a decir que esas cosas no son de una señorita, pero eso, mi madre no me vio.
Subí por el ascensor, cosa rara en mí, dado que vivía en un primero. El piso lo alquilamos María y yo cuando yo entré en primero de carrera, y cuando ella se fue no me podía permitir el alquiler de este yo sola, por lo que empecé con una búsqueda exhaustiva de compañero de piso, pero ninguno se amoldaba a lo que las reglas de convivencia se exigían. Y entonces fue cuando Jesús apareció. Él estaba buscando piso, eso sí, más cerca del trabajo, pero todos los pisos que había encontrado por la zona eran demasiado caros para lo que él se podía permitir; y ahí estaba yo, buscando compañero de piso. A veces era como cuando estábamos en nuestra casa, pero otras era como tener a tu mejor amigo viviendo contigo, porque Jesús y yo seremos hermanos, pero todo nos lo contamos, tenemos esa suficiente confianza como para hacerlo.
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Los ojos de Carlota
RomansaCarlota vive con su hermano Carlota tiene tres amigas muy locas Carlota tiene miedo al pasado Carlota vive en una vida en calma hasta que aparece ella