Heridas

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Ahí estaba de nuevo. William podía verlo desde la mesa en la que se había sentado con un grupo de compañeros, situada a poca distancia de él. No estaba prestando atención precisamente a la charla que el grupo de cinco mantenía, porque después de todo sólo eran compañeros por mucho que intentase verlo de otra forma. No había nada en sus personalidades ni en la forma en que veían el mundo que realmente le impresionara o que siquiera le incitara un poco a hablarles por más tiempo de lo estrictamente necesario. Eran como cascarones vacíos.

No, ahora la percepción que tenía sobre ellos estaba variando lentamente de unos inútiles cascarones, hacia verdaderos sacos de podredumbre. Y era justamente por los comentarios que arrojaban riéndose a carcajadas, haciéndose notar.

Intentando que ese chico, al que miraba comer solo durante cada uno de los almuerzos desde que había llegado al país, escuchase toda la mierda que tiraban incesantemente a su persona.

—Y ese rubio japonés está solo de nuevo en el rincón —uno de sus compañeros había levantado la voz lo suficiente como para que el aludido escuchase perfectamente. William, con sus ojos puestos todo el tiempo sobre él, no notó siquiera una señal de que le hubiese escuchado— Pensando que tiñéndose el cabello encajaría, es un idiota.

Ése era la novedad. Había llegado ese día lunes con un despampanante cabello rubio que no había hecho más que redoblar las críticas sobre él y por supuesto, la atención (tanto buena como mala) El tema no era simplemente su cabello rubio que hacía juego con su piel clarísima, sino que había llegado también maquillado como toque final. Sus labios resaltaban de color carmesí, y hacían un excelente contraste con el rímel de sus pestañas larguísimas. Mirándole con detención antes, siempre había notado la delgada capa de base que se aplicaba para emparejar el color traslúcido de su piel (impropio del resto de los pocos estudiantes japoneses), pero ésta vez había ido definitivamente mucho más allá.

Y ahora, tanto el grupo con el que se había sentado a compartir el almuerzo, como el resto de sus compañeros le destrozaban con críticas acerca de su aspecto indudablemente andrógino que había salido a la superficie. Para qué mencionar los profesores que les habían hecho clases durante la mañana… hasta a ellos les había oído mencionar comentarios que ciertamente de llegar a los oídos del aludido le dolería hasta lo más profundo de su ser.

—Ni que lo digas —añadió otro de sus compañeros, devorando su almuerzo como si no existiese un mañana— Cada día me da más miedo, ¿le has visto enojado? Es como si se transformara en otra persona…

Sin querer, William asintió ligeramente. La verdad era que nadie osaba acercarse a Yuki porque éste era demasiado irascible, con unos ojos cargados de furia que no había visto ni siquiera en los mejores actores de películas. En parte ese comportamiento había hecho que todos ahora se alejasen de su presencia y que le miraran desde lejos, aislándolo aún más de lo que ya estaba.

No… nada era excusa para que lo dejasen así de abandonado. Ni siquiera ese comportamiento iracundo que hasta a él mismo le asustaba a ratos.

Quizá ese comportamiento sumado a su altura, que debía de estar rondando por el metro ochenta (cuando la mayoría no superaba el metro y setenta centímetros), eran los factores que combinados, lograban que Yuki fuese visto como un especie de monstruo que necesita enjaularse lejos de las personas “normales”.

Quería ayudarle, pero, ¿cómo?

En múltiples veces había intentado acercarse, en momentos en los que nadie miraba porque le asustaba un poco lo que pensarían los demás. Pero siempre había recibido una fría mirada de su parte, con esos ojos que parecían contener un verdadero infierno interno que en cualquier momento se desbordaría. Y tenía el horrible presentimiento que toda esa ira acumulada por quién sabe qué razón, se liberaría más temprano que tarde.

Pandora's Box (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora