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Érase una vez, en una tierra lejana, un castillo oculto en medio de un bosque de fuego. Dentro de sus majestuosos muros se encontraba una bestia.
Muchos lo describían como un ser sombrío, escamas negras, colmillos, garras afiladas. El hijo del diablo. Una maldición caería sobre ti si llegabas a cruzarte con la criatura. Por el temor de dicha maldición, las personas se mantuvieron alejadas del sendero que llevaba al castillo, aquella criatura se mantenía en la soledad de su enorme castillo, en una fortaleza de campos de rosas.
Hasta que ella llegó.
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Una mañana cuando el sol baño los rosales, se escuchó a lo lejos un sonido que perturbó el silencio eterno del castillo. Era un caballo.
Este se removía por el camino, confundido, la persona que iba sobre él se encontraba perdida tras un largo viaje por el bosque de fuego. El caballo se asustó tirándolo al suelo, el manto que la cubría había dejado al descubierto el bello rostro de... una mujer.
Tan hermosa que los propios rosales se abrían con el fin de contemplar su belleza.
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El caballo salió corriendo, huyendo de la entidad que yacía entre los rosales. La mujer, se puso de pie tratando de limpiar la sangre de sus rodillas y manos. Sus ojos viajaron a la majestuosidad del castillo tras esos campos llenos de espinas, quiso retroceder y alejarse del lugar, pero la luz que antes bañaba el campo con su brillante luz, había desaparecido tras dos densas nubes negras.
