06-La Feria de los Colores

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El barco se mecía suavemente a medida que la tripulación del Kubikiribocho y los últimos Uchiha se acercaban a la costa y puerto de la capital de Nova Caeli.

Ágilmente, antes de que alguien los pudiera ver, Suigetsu dio la orden de dar la vuelta a babor para poder escabullirse por un sistema de peñascos sin ser descubiertos y esconder la nave en una cueva a la medida que habían encontrado hace unos años.

A continuación, la pequeña familia de tres se vistió apropiadamente para la ocasión: Sasuke con ropa casual de un hombre de clase media como para no llamar la atención, su flequillo cubriendo el lado izquierdo de su rostro y un sombrero para asegurarse de que nadie lo fuera a reconocer; Sakura, un vestido tradicional de las fiestas, adecuado para bailar y su cabello con un tinte rubio cenizo para no ser reconocida de manera inmediata por su peculiar cabello rosado y flores adornándolo; y la pequeña Sarada iba con un hermoso vestido color rosa vibrante hecho por su madre para este dia con una que otra flor en el cabello al igual que su madre.

Al estar todos listos, el azabache se acercó al capitán del barco y le comunicó el plan a seguir:

—Iremos a la ciudad y nos quedaremos en una posada dos noches, luego partiremos de aquí al mediodía del tercer día al terminar los días de la feria. Si algo sucede te enviare un mensaje con mi halcón

—¿Qué hay de mis hombres?

—Déjalos divertirse, pero que mantengan un perfil bajo si no quieren terminar sin un dedo o una mano

—Como usted diga "Halcón Sangriento" —terminó Suigetsu, diciendo lo último de manera burlona. El Uchiha rodó los ojos y después de ponerse su capa al igual que Sarada y Sakura, partieron a la ciudad.

Una vez ahí, Sarada no paraba de señalar puestos y locales asombrada por la belleza y color que rodeaba todo el lugar; era su primera vez fuera de Skye de todos modos. Mientras tanto, Sasuke y Sakura no pudieron evitar sentir nostalgia al estar ahí, inevitablemente, sus ojos en vez de contemplar a las parejas, familias y grupos de niños por doquier, se veían a ellos mismos con sus amigos cuando eran niños, con sus tutores, los cuales se volvieron como unos segundos padres para ellos y la inolvidable imagen de algunos de estos coqueteando entre sí y con otros adultos que encontraban. La ojijade, volteo a donde había un restaurante y vio a un grupo de niños riendo estruendosamente mientras disfrutaban un delicioso postre, rió ella también y recordó como Naruto siempre los jalaba a ella y a Sasuke a un restaurante-bar en el centro de la plaza principal para disfrutar juntos su comida favorita y luego un postre, todo bajo la atenta mirada de su tutor, Kakashi; recordó las pláticas y ocurrencias del en ese entonces príncipe heredero, sus regaños hacia él por una que otra frase que la molestaba y el siempre serio Uchiha, interviniendo pocas veces con un comentario inteligente, provocando más al rubio Uzumaki. Sus ojos comenzaron a cristalizarse pero con una respiración profunda se deshizo de las lagrimas que amenazaban con inundar sus ojos para contemplar a su hija maravillada riendo a carcajadas con todo lo que sus ojitos negros como la noche contemplaban.

Sasuke, por su parte, giró la vista a un tablao* en el que una bailarina gitana entretenía a un grupo de lo que parecían ser un grupo de ricos mercaderes con su danza flamenca. Una pequeña sonrisa se deslizó por su rostro y viajó al lejano recuerdo de un año o dos antes de que dejara todo atrás por su venganza sin sentido. Recordó específicamente una ocasión en la que Sakura traía un peculiar vestido rojo con detalles blancos, haciendo juego con la diadema que traía para acomodar su en ese entonces largo cabello rosa y unos zapatos de tacón negros, recordó como ella tan pronto y bajaron del carruaje, los tomo de las manos y los jalo hasta una parte de la plaza donde había mucha gente bailando en tablas de madera. Él, en ese entonces, lo veía como un montón de tontearías de pueblo, pero tan pronto y la ojijade subió y comenzó a bailar, no pudo despegar la vista de ella. En ese entonces habría dicho que nada más estaba asegurándose de que nadie de mala pinta se le acercara, pero la verdad era que estaba anonadado con su belleza. Sus manos se movían en el aire como si hiciera flores y alzaba su falda como si fuesen alas para que pudiera volar como un bello petirrojo, sus tacones zapateaba perfectamente al ritmo de la música y no entendía cómo era que no perdía el balance y se veía de alguna forma tan...majestuoso. Pero lo que hizo que ese recuerdo quedara por siempre en su memoria como la primera vez que la vio bailar, fue su risa, risa que parecía letra de las canciones que se iban tocando. Ciertamente en ese momento quedó ella grabada en su mente y corazón como la más bella de todas, y muy en el fondo, supo en ese momento que había caído por ella.

Dinastía de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora