Hogar

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El aire en el ambiente se sentía extrañamente limpio y liviano en sus pulmones, los cuales acostumbraban uno muchísimo más pesado que le hería con cada inspiración. Ciertamente, el cuerpo del niño agradecía el ambiente nuevo, más su subconsciente permanecía con cierta desconfianza para con el hombre que lo había llevado hasta allí. Hablaba poco, aún no le decía su nombre y ya era el tercer día que pasaban acompañados del otro. Aunque no era como si el infante tuviese la charla fácil, de todos modos. Yasuo se preguntaba si era una maña de los zaunitas el mantener su nombre en secreto.

Ahora, el pequeño esperaba sentado sobre una roca que el hombre volviese del local al que había entrado hacía un momento. Estaban en los mercados de una aldea pequeña que se hallaba a pocos kilómetros del puerto, razón principal por la que la mayoría de personas que ahí recurrian eran extranjeros. Él entendía poco y nada de las palabras que decían las personas a su al rededor, lo que le generaba cierta sensación de miedo, pues ya no estaba en las oscuras calles de Zaun que conocía tan bien; ahora, él era la persona a la deriva.

Antes de que pudiera moverse, Yasuo había vuelto y con él una bolsa mediana, la cual extendió hacia el niño. Él la tomó luego de un instante.

—Para tí —le dijo, mientras veía como el infante abría la bolsa y la inspeccionaba—, te conseguí ropas nuevas.

El zaunita lo miró con atención, eran prendas completamente distintas a las que acostumbraba usar. Las suyas propias eran viejas, tenían manchas y algún que otro agujero por el uso constante y por las veces que había jugado cerca de los químicos del sumidero; de colores oscuros y poco llamativos para pasar desapercibido. Pero las nuevas eran completamente limpias, parecían hechas a mano; su tela suave y colorida de le era extraño, pues jamás había tenido algo de esa calidad entre sus manos. Arrugó la nariz y volvió la mirada hacia el adulto, sin decir palabra alguna.

—¿Y bien? —preguntó Yasuo— ¿Quieres que te lleve a cambiarte?

—... No. Después lo hago.

Volviendo a guardarla en su lugar, se paró de la roca y estiró su mano hacia el hombre. El castaño se encogió de hombros y cedió al agarre del pequeño.

Cualquiera que los viera pensaría lo que sea, menos que estaban relacionados; pues el niño tenía el cabello intensamente rubio, tal como Janna, y unos ojos avellana brillantes capaces de llamar la atención de cualquiera. Sin embargo, al igual que el hombre, trataba de evitar el contacto visual ante los demás adultos. El sumidero le había enseñado que eran razón de temer, pues más de una vez había sido agredido por ellos, y por ahora solo se limitaba en confiar -aunque sea un poco- en el sujeto que lo había sacado de allí.

—¿Tienes hambre? —habló una vez más, y antes de que el pequeño pudiese responder con palabras, su estómago soltó un gruñido que le sirvió como respuesta— Bien, hay unos puestos de fruta más adelante. Allá elige lo que quieras.

Encaminándose a paso veloz entre la gente, Yasuo levantó al niño entre brazos y lo sostuvo con fuerza una vez estuvieron en el pequeño local, a fin de que él eligiera lo que más le apetecía. Frunció el ceño al principio, pues había notado que no conocía prácticamente ninguno de los frutos que había allí, por lo que decidió que se llevaría el más llamativo. 

El infante no pudo entenderlo, pero a su lado, un par de personas murmuraban en jonio mientras señalaban hacia ellos.

—¿Ese es...?

—Sí, definitivamente lo es.

—Qué verguenza. Creí que había muerto.

—Parece que no. Es un deshonrado, cómo osa volver a su tierra después de lo que ha hecho.

La Dama del Viento || Yasuo x JannaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora