Si el mundo se me viniese encina esta noche...

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Si el mundo se me viniese encina esta noche, no me importaría.

No me importaría, porque si esta noche encima se me viniese el mundo: se me facilitaría esconderme y no enseñar la cara jamás.

No me importaría no enseñar la cara jamás y esconderme porque es el precio que me parece justo para pagar en haber sido un inútil, haber hecho el ridículo en lo que debería dominar, haber demostrado que aquella confianza no existe otra cosa que la ilusión de alguien que no quiere malas miradas.

La vergüenza es interesante en verdad, no entiendo por qué los psicólogos no le han dado la importancia que merece. Es como el blasfemo matrimonio polígamo entre la ignominia, el remordimiento y la depresión.

Matrimonio que tus demonios han esperado con las ansias de un niño de seis años antes de navidad y calculado con mayor frialdad que una operación militar de mil millones de dólares. Matrimonio en el que la novia no viste de blanco, sino, un entretejo de muy mal gusto. Anota, materiales para el vestido de la novia de la vergüenza: lagrimas todas las que encuentres, puñetazos a la pared hasta sangrar y llanto desesperado hasta que no pueda.

Ahora que vestimos a la novia, vamos con el ramo. Cada flor debe ser un universo paralelo donde se desarrollen imaginariamente distintos escenarios del mismo acontecimiento: tu fallo en crudo y directo, repetido mil veces más uno para maximizar su efecto.

Lo peor es que cuando estas pataleando, llorando desesperadamente: el tiempo conspira en tu contra, así nadie estará allí  para escucharte. Porque la tristeza es una cobarde con pánico escénico que le huye a las multitudes.  Prefiere atacarte a solas, cuando estas desnudo frente a ella, que ha venido completamente armada para su oficio.

Por eso te quiero aquí, ahora, conmigo. No, no es nada especial o difícil. Solo quiero que alejes de mis manos el cuchillo antes de que el filo haga lo que mejor sabe hacer sobre mi carne miserable. Hazlo mientras lloro y te abrazo. Sí, eso es. Lo más importante es que quiero que me abraces sin dejarme aunque me retuerza entre tus brazos como endemoniado frente a la iglesia.

Abrázame fuerte hasta sacarle el jugo a mi ser, sea sangre, sea carne, sea podredumbre, sean lagrimas suicidas que aprietan el gatillo sin mirar atrás. Lo que sea que pase con mi cuerpo, no te detengas. Sígueme abrazando sin perder las fuerzas, no temas dejarme sin aire, eso no es problema.

Si, ya encontré lo que quiero.

Quiero que me mates, mátame, mátame, mátame, mátame, mátame de la asfixia, mátame de la asfixia entre  tus brazos con un abrazo tan impuro que hagas llorar sangre a los santos de cada religión, tan obsceno que sus vírgenes se lancen del cielo a manos de los demonios y se retuerzan en orgias de pecado y perdición. Pero a la vez tan sublime que todos los dioses se apiaden de los hombres sobre la tierra y esta se abra y cante y vocifere y maldiga y alabe y llore y goce como si fuera el final de sus días.

Mátame de asfixia entre tus brazos, solo si quieres y tienes tiempo. Pero no me dejes, te necesito, soy inútil, perdóname pero es cierto.

Y si el mundo se me viene encima esta noche, quédate conmigo y desaparézcanos solos. Y solos despareciendo, y solos en el tiempo, y solos esta noche: hazme sentir que sirvo para algo que no sea lamentare o romperme los nudillos contra la pared, hazme sentirme tuya, hazme sentirme que lo merezco. Por favor muerte, escúchame, eres lo único que tengo. 

letras introvertidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora