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La tarde del día viernes en que Giyuu y Sabito se citaron en el centro para tomar un café estaba tranquila y bastante silenciosa para ser el inicio de otro fin de semana. Las tazas de café corrieron una tras otra entre chismes sobre compañeros de la universidad, las familias de cada uno y muchos otros temas que evitaban estratégicamente el problema en el que Giyuu estaba metido.

—Pero ya hemos hablado suficiente de mí y estoy seguro de que no me pediste venir solo por el placer de tomar café —dijo su amigo de la infancia cruzando los dedos para apoyar el mentón en ellos— ¿Qué está pasando?

El aludido lo miró unos segundos mientras planeaba la mejor forma de decir lo que tenía que decir; cuando se dio cuenta de que simplemente no había una forma adecuada para hacerlo, tomó aire y se decidió a hablar.

—Me acosté con uno de mis estudiantes.

—Oh... bueno —comentó Sabito desviando la mirada— ¿y estuvo bien?

—Mi estudiante que es menor de edad.

—¿Qué...?

—Mi estudiante que es menor de edad y que es sordo.

Una gélida corriente de viento pasó por la mesa, pero ninguno de los dos estaba seguro de que se debiera al clima. Sabito respiró profundo antes de buscar su billetera en su bolso.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó Giyuu.

—Pago la cuenta para irme de aquí —respondió Sabito más alterado de lo que creía que iba a estar, aunque no le faltaba razón— y eso es precisamente lo que yo me pregunto: ¿Qué demonios estás haciendo?

—Tranquilízate, ¿sí? —lo tomó de los brazos para asegurarse de que se quedara en la silla y no fuera corriendo a entregarlo a la policía— estoy pensando en cómo solucionar todo esto.

—¿Qué es lo que tienes que solucionar, Giyuu? —preguntó jalándose los cabellos— tienes que ponerle fin y punto. Es un niño.

—Tiene casi 18 —se defendió Tomioka, pero sus palabras solo consiguieron que su amigo frunciera el ceño aun más— escucha, entiendo tu preocupación, a mí también me preocupa, pero qué quieres que haga? Creo... creo que es algo serio.

Ante esto, Sabito pareció calmarse un poco. Le pidió al mesero otra ronda de tazas de café y un par de pasteles, pues tenían un largo rato de conversación que solo podía afrontarse con la dosis de azúcar, grasas y carbohidratos necesaria. Para las cuatro de la tarde, hora en la que Tomioka debía ponerse en marcha para impartir la última clase del día, había hablado mucho con su amigo, pero no había obtenido las respuestas que había ido a buscar. Para Sabito las cosas eran mucho más simples, pero eso era porque nunca había conocido a Tanjiro, ni siquiera a alguien que se asemejara a él. De haberlo hecho, seguramente no le diría que lo dejara sin más; no conocía la calidez de sus sonrisas ni la sinceridad de sus palabras, la dedicación con la que trabajaba por las cosas que quería ni el infinito amor que mostraba hacia todos quienes lo rodeaban. ¿Realmente era solo cosa de dejarlo y ya? Tanjiro era muy joven, guapo y agradable, podría encontrar a otra persona si se lo proponía, de modo que no estaría haciendo un mal tan grande si, finalmente, tenía que despedirse de él.

—Las relaciones son complicadas —se dijo cuando vio su parada de autobús.

Giyuu bajó del vehículo y caminó hasta la reja de la residencia Kamado y cuando tocó el citófono para que Urokodaki le abriera, se sorprendió al escuchar la voz de Tanjiro.

—¡Giyuu! —lo llamó tan feliz que el mayor podía sentir la sonrisa en sus labios. No dijo nada, pues sabía que el muchacho lo esperaba y que no podría ver tan claramente el movimiento de sus labios a través de la cámara; sino que se limitó a alzar la mano como saludo.

La canción de TanjiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora