Parte 31

513 76 13
                                    


Había dormido tan plácidamente que, cuando se despertó aquella mañana de domingo con los pálidos claros del sol filtrándose por la ventana, no pudo evitar sentirse culpable; porque estaba convencido de que no merecía esa serenidad. Y, cuando volteó su cuerpo intentando evitar la luz, vio que su cama lucía más espaciosa que nunca. Después de haber compartido cama con alguien más, Jimin descubrió que despertar solo le parecía algo totalmente ajeno a sí mismo, y odiaba saber que eso estaba comenzando a afectarle.

Aquella sensación persistió durante un tiempo y decidió enterrarla de la única manera que conseguía distraerlo y dejar buenos resultados: trabajando. Era bien sabido que Park Jimin era como un perro con un hueso con los manuscritos que llegaban a sus manos, los custodiaba celosamente y, por lo general, se negaba a dejarlos en la editorial. Aquellas páginas plagadas de historias lograron ensimismarlo lo suficiente como para alejarlo de la suya propia y, antes de que se diera cuenta, había llegado la hora de dirigirse a la casa de sus padres.

Desde niño, Jimin había pensado que los domingos eran días especiales. A menudo las personas hablaban sobre cómo el tiempo transcurría de forma desigual en aquellos días con respecto al resto de la semana, pero para Jimin eso era solo una parte del panorama. Él creía firmemente que, durante los domingos, la luz era un poco más suave y más cálida, la ciudad tenía un aroma diferente e incluso los sonidos parecían aminorarse, como si hubiese un acuerdo tácito entre los entes animados e inanimados de que aquel día era diferente, con una frecuencia distinta y la llegada de un esperado descanso.

Jimin tampoco podía obviar el hecho de que, al ser el único día que visitaba a sus padres, se sentía un poco más sensible de lo normal; especialmente porque no podía evitar aquella punzada de culpabilidad por no hacerse un hueco en la semana aunque fuera solo para saludar.

El entusiasmo de su madre cada vez que lo veía, su alegría por recibirlo y el afán que ponía en las comidas de los domingos eran más que suficiente para estrujarle el corazón. Era el día en que relevaba al personal y se ocupaba de prepararle sus platos favoritos. Aquel día estaban degustando una pasta casera y su madre no perdió oportunidad de preguntarle su opinión, ansiosa por un elogio.

- Está deliciosa, mamá -dijo Jimin con una sonrisa, observando enternecido los restos de harina en las mangas de su blusa-. Es una lástima que Shinhye se la perdiera.

- ¿Verdad, cariño? Qué pena que no haya podido venir a almorzar…
Desde la punta de la mesa, su padre suspiró con aburrimiento.

- Las jovencitas evitan las comidas cuando sufren de mal de amores -explicó distraídamente.

- ¿Mal de amores? -inquirió Jimin-. Yo sabía que Shinhye estaba saliendo con alguien pero no pensé que las cosas fueran mal…

- Eso es lo que sucede cuando sales con un tonto.

A su lado, Taehyung comenzó a ahogarse.

- Bebe un poco de agua, cariño… -dijo la señora Park.

- Comiste demasiado rápido, hijo.

Jimin volteó a observar a su amigo durante una fracción de segundo, corroborando su estado, antes de volver a girarse para encarar a su padre.

- ¿Cómo es eso? Papá, ¿tú sabes con quién estaba saliendo? -preguntó, negado a perder aquella conversación.

- ¿Tú no? Pensé que ustedes se contaban todo, aunque puedo entender por qué no te lo comentó…

- ¿Y eso por qué? -insistió Jimin, una vez más.

- Se trata de Min Yoongi -expuso su padre finalmente.

Dulces SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora