Parte 2

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Las luces de la ciudad se reflejaban en la vereda húmeda, una sirena sonaba a lo lejos mientras Jungkook se obligaba a sí mismo a caminar rápidamente, avanzando con la vista en el suelo.
 
Sabía que debía ser más precavido, mantener la vista al frente y vigilar sus costados, pero estaba tan cansado luego de su larga jornada laboral que simplemente no podía pensar en nada más que llegar a su departamento cuanto antes. Incluso aunque fuera un mono ambiente diminuto, frío y húmedo, era el único lugar donde podía relajarse finalmente, dejando toda máscara atrás, ésa era una ventaja de vivir solo... O casi solo.

Jungkook agradeció internamente no tener amigos que vinieran de visita cuando, al entrar a su morada, el olor a heces lo golpeó sorpresivamente haciéndole arrugar la nariz.

-Mierda, Anabelle. Dejé la ventana abierta para que te sientas libre de hacer tus cosas afuera... -farfulló mientras se quitaba los zapatos.

La aludida, una ufana gata calicó, salió maullando detrás de un mueble a modo de bienvenida.

Jungkook se había ganado un trabajo adicional no remunerado al llevar la gata a su casa, pero no se arrepentía de nada.

La había encontrado una noche cuando salía de la Editorial, era una bolita de pelos tan delgada y tan fría que no pudo resistirse. Por su parte, Anabelle lo había recompensado con su cariño y compañía... Además de sus esporádicos regalos olorosos.

- Sé que es tu forma de vengarte cuando tardo mucho en llegar a casa. Pero me demoré comprándote comida, maldita desagradecida. Además ya te he comentado que la dueña del local se entretiene hablando conmigo...

Jungkook siempre despertó simpatía en los adultos mayores, y la anciana que atendía el negocio cercano no fue una excepción.

Anabelle se acercó para restregarse en las piernas de su dueño, quien se agachó para acariciarla sintiendo una sensación de calor extendiéndose sobre su pecho, como si hubiera algo allí oprimiendo el corazón de Jungkook y con el simple toque del animal se suavizara, liberándolo parcialmente y permitiéndole respirar con más facilidad.

Jungkook se encontró a sí mismo preguntándose desde cuándo tenía esa sensación y cuánto tiempo más permanecería. La respuesta a la segunda pregunta era incierta y nada esperanzadora, en cuanto a la primera... Desde siempre.

Como un niño introvertido y precoz, había sido incapaz de formar amistades en la escuela. La secundaria fue aun más sombría: Los rumores sobre su homosexualidad eran cada vez peores y, si bien lograba mantenerse lo más alejado posible de sus compañeros de colegio, la situación en casa era completamente diferente.

Su padre era el típico macho de la vieja escuela, prepotente y violento, había ahuyentado a su esposa y siempre despreció a su hijo menor amanerado, que rechazaba los deportes y las fiestas con chicas y se estremecía con las palmadas en la espalda.

Jungkook había deseado tanto ser como su hermano, quien se encontraba en la milicia, pero sus sueños de agradar desaparecieron de golpe, como la ilusión que eran, la noche de su cumpleaños número dieciocho: Su padre había organizado una cena e incluso le había instado a beber, ahora que lo tenía permitido. 

El hecho de que Jungkook se hubiera sentido cálido y conmovido sólo hacía el recuerdo más doloroso.

Al terminar de comer, había guiado a su hijo hasta el auto, y ya ubicado éste en el asiento de copiloto, le confesó sus intenciones:

-Esta noche te vas a convertir en un hombre, Jungkook-ah.

Jungkook podría haber sospechado cualquier cosa pero jamás que su padre lo llevaría a un prostíbulo.
 
Jeon Jung So llevó a su hijo a través del viejo local y esperó en un pasillo mientras Jungkook era guiado a una habitación por una mujer alta vestida con un minúsculo vestido.
 
Media hora después, ambos volvieron a aparecer. La mujer sonreía con sorna arrastrando a un lloroso Jungkook:

-Hice todo lo que pude -dijo colocando al joven frente a su padre- pero usted trajo a un futbolista a jugar un partido de béisbol.
 
La paliza que recibió al llegar a su casa lo seguiría en sus recuerdos hasta el fin de sus días, Jungkook todavía se estremecía al recordarla.

Soportó dos meses más en ese infierno, tiempo suficiente para terminar el colegio y largarse a vivir una vida decente... Pero había fallado hasta en eso.

Jungkook volcó el contenido de la bolsa del supermercado en la diminuta mesa ratona que constituía parte importante de su reducido mobiliario, sus ojos se posaron en el papel crepé color rojo que usaba para teñirse el cabello cada sábado. El cabello rojo y la máscara negra representaban la parte fundamental del disfraz que Jungkook usaba cada sábado para encarnar la versión que más lo avergonzaba de sí mismo.

Sintió su pecho encogerse y bajó sus manos a tientas buscando a la bola de pelos que rápidamente se acercó quizás no tanto por costumbre, sino por intuición.

Dulces SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora