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La sirena de una ambulancia sonaba a lo lejos pero, por lo demás, el lugar estaba en completo silencio. Solo podía oírse el murmullo del mar y las olas rompiendo contra el muelle, a unos cuantos metros del almacén.

Arriba, una luz solitaria iluminaba parcialmente la terraza, pero era más que suficiente para que pudiera observar en detalle el álbum de fotos que descansaba en el piso, frente a sus piernas flexionadas.

Hacía mucho frío al aire libre y tan entrada la noche, pero Yoongi sentía las mejillas ardiendo.

Jimin y yo, primera clase de piano (1999)

Levantó la botella de vino y dio un largo sorbo antes de pasar a la siguiente página.

Jimin, Taehyung y yo, superhéroes (2000)

El niño de la foto reía a sabiendas de que se veía ridículo y aún así, él lo recordaba, se sentía tontamente feliz. Parecía como si se tratase de otra persona, de otra vida. Pero allí, a su lado (como siempre había sido) y ataviado en un traje de superman, estaba Jimin con su sonrisa de dientes torcidos y ojos como dos medialunas oscuras.

De forma inevitable, Yongi reaccionó, como si volviese a tener ocho años, respondiéndole también con una sonrisa. Aunque esta vez solo fuera dirigida a un trozo de papel.

Jimin y yo, verano en el lago (2004)

La fotografía los mostraba a ambos en traje de baño, de pie frente al lago. Él tenía la cara casi completamente oculta debajo de un gorro, pero Jimin sonreía feliz con el cabello alborotado y la piel bronceada por el sol.
Yoongi casi podía paladear las emociones detrás de la foto: la adrenalina por nadar al centro del lago, la voz de Jimin alentándolo... La época más feliz de su vida.

Show de talento. Yo, pianista. Jimin y Shinhye, bailarines. (2000)

Una sonrisa volvió a tirar de sus labios, pero esta vez fue de pura amargura. Había sido un niño y sin embargo ya había aprendido lo necesario, sabía que no importase cuánto lo deseara, él no podía bailar con Jimin. Sí con su prima, sí con cualquier otra niña, pero no con él. Y Yoongi no deseaba bailar con nadie más.

Quiso darle otro trago al vino, pero descubrió que la botella estaba vacía. Gruñó irritado y la arrojó con fuerza, haciéndola explotar a unos metros.

Sentía las piernas inestables y la cabeza le pesaba, por lo que ponerse de pie le resultó todo un desafío, sus manos reptaron por la pared hasta que logró erguirse para mirar el mar de frente.

El aire frío de la costa le golpeó en la cara y fue como una bofetada de realidad queriendo sacarlo del pasado cálido de aquellas fotografías y haciéndolo consciente del aquí y ahora, devolviéndolo a las emociones que burbujeaban en su sangre cada vez que pensaba en él: ¿Cómo podía sentirse tan ansioso y al mismo tiempo tan desesperanzado?  Como si se hubiera dado por vencido hace tiempo pero de igual forma se negara a renunciar.

- El rey del océano y el único en mi corazón -le confesó al mar.

Pero las olas solo respondieron con un murmullo... Tal vez, como tantas otras voces allí afuera, le instaron a callar.
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- Si sigues así con el celular, voy a pensar que me estás engañando -dijo Namjoon con voz cantarina.

Taehyung bufó divertido porque, naturalmente, tenía que tratarse de una broma. Ellos se conocían hacía solo un día y, si bien habían pasado toda la noche del sábado juntos, cuando salió el sol y él se despertó envuelto por los fuertes brazos de Namjoon, descubrió que no quería irse... Y eso era algo nuevo.

Sin embargo, Kim Namjoon era un hombre fuera de lo común, abiertamente honesto aunque, de a momentos, fuera difícil saber en qué estaba pensando; era muy diferente a sus usuales compañeros de noche, y Taehyung se dio cuenta rápidamente de que aquel no iba a ser un domingo ordinario.

Cuando Kim Namjoon tenía un trabajo se lo tomaba muy en serio, cada encargo se convertía en una misión y no descansaba hasta obtener algún dato nuevo. Sus ojos se volvían más vivos, pura ebullición de curiosidad y necesidad de información. El entusiasmo hacía que sus rasgos se volvieran aún más atractivos y Taehyung no se cansaba de mirarlo; se había acostado con él pero todavía le costaba reprimir aquella emoción juvenil que le estrujaba las entrañas cuando Namjoon lo miraba fijamente.

Él, que siempre había sido un descarado, se encontraba mirándolo a hurtadillas desde el asiento de copiloto: Sus manos bronceadas, el reloj de cuero que adornaba uno de sus antebrazos expuestos por la camisa arremangada, los anteojos que enmarcaban aquellos ojos felinos que parecían atravesarlo...

Dulces SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora