3. El Banquete Infernal

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Salí de la sala del trono a paso calmado, sujeté un tirabuzón de mi cabello rojizo y desvié la mirada hacia las grandes murallas de obsidiana navada que delimitaban la sala elevándose en forma de cúpula que acababa en afiladas puntas perdiéndose en la oscuridad.
Todo seguía igual, nada había cambiado en esos angostos caminos de tristeza y soledad. Como un gran laberinto, finos senderos adornados por grandes pedruscos, pequeños manantiales de lava y humo.
Suspiré al recordar a una yo más inocente recorriéndolos mientras miraba atónita a un gran Abbadon que me explicaba todas las ventajas de pertenecer al lado oculto de la moneda.

—Pero, Abbadon, ¿Por qué Dios envía a sus hijos aquí?

Su carcajada retumbó creando un eco infinito en áquel frío lugar.

—Dios dice amarles, Lith, pero solo ama a aquellos que no le dan demasiados quebraderos de cabeza.

Guardé silencio ante sus duras palabras mientras observaba las grandes cicatrices que hablaban de un pasado lejano sobre su espalda.

—Pero Padre... Padre perdona siempre ¿No? ¿Acaso es tan grande mi pecado?

Por los ángeles, Lilith, ¿Qué has hecho tú para merecer estar aquí? —Gruñó entre dientes.

—¡Madre! —La voz de Aluca me sacó de mis recuerdos.

Me giré para observarla mientras ella caminaba con elegancia hacia mí.

—Madre, Amon te esta buscando.

Pero antes de que pudiera responder divisé una sombra serpenteando a gran velocidad desde el camino que acaba de recorrer mi hija. El ruido de la roca astillando su cuerpo se hizo cercano y poco a poco la oscuridad cobró forma, dos enormes patas peludas arrastraban un cuerpo reptil verdoso y dos pozos negros hacían las veces de ojos en una cabeza que se asemejaba a una lechuza con dientes afilados. El gran marqués se movía con avidez y la bestia frenó en seco a pocos metros de mis pies.

—Lilith —Su voz era ronca y gutural, parecía la propia voz del infierno.

—Amon —Suspiré en respuesta.

Transcurrieron unos minutos de silencio mientras sus pupilas negras como la noche sostenían las mías en lo que parecía una batalla silenciosa de poder.

— Joder, quieres decirme porque perturbas mi paz —Rechisté.

—¿Quién te crees que eres para convocar a los duques del infierno? —Sus afilados colmillos dejaron escapar su cólera.

Aluca observaba la escena desde su posición con un porte elegante manteniendo la calma, con la mirada clavada en la espalda de señor de la ira.

— Soy la madre de demonios, Amon. ¿Has olvidado que todo tu ejército son mi propia sangre? —Hablé mordazmente mientras caminaba unos pasos hacia él.

— Y yo soy uno de los marqueses del infierno, nos llevamos miles de siglos de diferencia Lilith, no te atrevas a burlarte de esa forma —Vociferó con rabia.

—Corrige el tono con el que te diriges a mi madre, marqués —Interrumpió Aluca.

—¡No voy a aceptar órdenes de una bendita súcubo que vive a las faldas de Lucifer! Podría arrancarte la cabeza si así lo viera conveniente y de ella saldrían cien lilims más como tú, pequeño angelito —Aulló.

Aluca se movió con rapidez adoptando una defensa ante un posible ataque del monstruo que se mantenía entre nosotras.
Seguí manteniendo la calma acostumbrada a los arrebatos frenéticos de Amon. Uno de los marqueses del infierno, el pecado capital de la ira, era tan imponente como lo recordaba. No convenía una disputa con él.

El plan de Lilith | Inmortales IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora