Prólogo

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Hizo Dios el paraíso, y después, quiso crear al hombre a su imagen y semenjanza.

Desde el barro, nació Adán y le dio vida.
Y desde el mismo barro, nació Lilith y le dio vida.

Ahí empezó todo. Ahí empezó mi caída.

Como dos hermanos que se pelean, como dos leones que buscan ser el líder de la manada, lejos de ser dos amantes enamorados, Adán y yo éramos la clara imagen de la infelicidad.

—¡Lilith! —Exclamó un Adán molesto.— Debes someterte ante mí.

Yo paseaba tranquilamente por el paraíso, admirando la belleza del lugar e ignorando al hombre.
Acariciaba mi cabello pelirrojo que caía rebelde sobre mi cuerpo desnudo. Sentía la brisa suave en mis mejillas y la hierba fresca bajo mis pies.

—Eres una insolente —Se quejaba Adán caminando detrás de mí.— Debes ser sumisa y obediente. Tenemos una misión como los primeros.

—Adán —Hice una pausa.— Fuimos creados a la vez, de la misma forma y del mismo barro. No actúes como si fueras mejor que yo —Mi voz era calmada.

Las peleas con Adán eran constantes desde que Dios nos creó. Sólo él podía nombrarlo, y por eso creía que yo era una sirvienta más que una igual.
Aún así, estaba acostumbrada a sus rabietas y lo dejaba estar.

Hasta ese día que todo cambió.

—Sólo yo puedo nombrar a Dios, solo yo soy su mano derecha. Ahora, túmbate y sométete.

Sentí un estirón desde atrás, Adán sujetaba mi cabello con fuerza con intención de tirarme al suelo, pero aún así yo me resistí y evité caer.

—¡Adán! —Me quejé.— ¡Para!

—Sométete.

Solo repetía la misma palabra una y otra vez.

En un momento de exasperación decidí romper las normas y pronuncié el nombre de Dios.

Pero no recibí respuesta.

Pude zafarme de Adán y corrí hasta el borde del paraíso, la rabia me consumía como una llama desde dentro y decidí abandonar el paraíso y dejar atrás a mi creador.

Algunas leyendas cuentan que Dios me echó por rebelde pero esa nunca fue la verdadera historia.

Decidí bajar a la tierra, y caminar hasta el fin del mundo, ahí construí mi nuevo hogar.
Conocí brevemente la felicidad y formé mi propia familia pero todo se torció un día cuando uno de los ángeles de Dios vino a transmitirme su palabra:

—Lilith, puedes volver al paraíso, Dios te perdona —Cantaba dulcemente.— A cambio solo te pide que aceptes a Adán como tu esposo y no como tu igual-

Negué cortando su discurso.

Días más tarde, otro ángel volvió con el mismo mensaje.
Mi respuesta fue la misma.

Adoraba mi independencia, adoraba mi nuevo hogar.
Pero Dios no quiso entender esto y sentenció mi negación como un acto imperdonable de rebeldía.

Un tercer ángel apareció.

—Lilith, Dios te perdona tu desobediencia, pero deberás volver al paraíso inmediatamente. Si te niegas por cada día que pase al amanecer darás a luz a cien hijos que verás morir al anochecer.

Mi respuesta fue la misma.

A partir de esa advertencia, cada día sentía un dolor nuevo en el pecho.
Sentía que mi alma se quebraba y se dividía en cien cada día.
Pero mi respuesta era la misma.

Dios, cansado de mi negativa quiso evitar la soledad de Adán y en consecuencia tomó una decisión drástica.
Envió al hombre a dormir plácidamente y de él sacó una costilla.
Así creó a Eva.
Y a mí me convirtió en la madre de demonios.

Los descendientes de Adán enviados a la tierra contaban las anécdotas de la madre de demonios que fue condenada y el buen hombre que renunció a ella.

Despues de eso, muchas son las historias que cuentan de mí. Miles de leyendas se formaron en torno a mi paso por el paraíso, me hicieron culpable de los hijos descarriados de Adán. Generación tras generación los humanos aborrecieron mi nombre y temieron mi presencia.

Muchos han sido los nombres que me han puesto.
Súcubo. Demonio. Monstruo.

Y tras tantos siglos he decidido contar mi verdadera historia.

El plan de Lilith | Inmortales IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora