1. La caída

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Los ojos azules que recordaban a un pasado angelical observaban impasibles todas las áreas de aquel lúgubre lugar.
Los lamentos hacían eco entre las paredes de las cavernas rojizas del desolado paisaje y las imponentes columnas blancas formadas por huesos astillados decoraban el camino hasta el trono.

El inmaculado rostro mostraba aburrimiento tras miles de años de repetición. Su ojos cansados siguieron el recorrido de las grandes rocas negras que delimitaban la sala principal y acababan en agresivos picos altos simulando un techo.
Sostenía su cabeza en su puño cerrado que a su vez se apoyaba en el posamanos del trono de obsidiana y huesos.

Las esperanzas de que su padre le perdonara ya eran mínimas a pesar de que se coronaba como un ser justo y compasivo con aquellos mortales fruto de la creación que llegaban a su reino.

Resopló resignado y las formidables puertas del Infierno volvieron a abrirse dando paso, como siempre, a las nuevas almas condenadas. Un sirviente oscuro desviaba sus cuencas vacías para leer los nombres y el pecado cometido de las pobres almas en un pergamino negro como el carbón que sujetaba con sus huesudas manos mientras entraban en fila. Esa era la prueba viviente —o no tan viviente— de que eso de perdonar no era algo que su padre hiciera a menudo.
Según el pecado, el joven Lucifer tendría que decidir en qué nivel del Infierno estaban destinados.
A mayor pecado, mayor castigo.

Sus ojos se abrieron como dos ventanas que acababan de ver la luz después de milenios a la sombra.
Una humana, la última de la lista era una humana.
Viva.

—¿Qué mierda ha pasado con el transporte, benditos ángeles? —Replicó al sirviente.

—Señor, esto es obra de su padre —Carraspeó el sirviente.

—¡Todo es obra de mi padre! —Alzó la voz y enarcó las cejas remarcando la obviedad de su afirmación mientras levantaba su cuerpo con rabia.

El sirviente guardó silencio unos segundos y tembló ante el rey del Infierno para luego susurrar en un hilo de voz:

—Es ella... Es la primera-

Lucifer hizo aspavientos con su mano en el aire pidiendo silencio al sirviente y entrecerró los ojos para detallar los rasgos de la humana que se mantenía en la lejanía.

Pelo rojizo, ojos oscuros y piel pálida.
Su memoria viajó miles de años atrás.

—¿Lilith? —Su tono era de incredulidad.

El señor de los infiernos no podía creer que la creación favorita de su padre estuviera ahí y la idea de venganza pasó como una dulce tentación por su mente.

—Debería haber sabido que las rebeliones no le hacen mucha gracia a tu padre —Habló al fin con sarcasmo.

—¿De verdad llegaste a ser tan ingenua? —Se carcajeó Lucifer.— Cuéntame qué le has hecho a mi querido padre para que te envie al club de los ángeles caídos.

Ya sentado en su trono de nuevo, cruzó las piernas y tomó una actitud interesada ante la historia que había acabado con Lilith en su reino.

—Parece mentira que siendo la misma historia no te lo imagines ya —Bufó ella con apatía.

—Estas cosas no se ven todos los días, preciosa, y mi memoria ya no recuerda los detalles de la primera vez —Insistió.

—Tu padre me dio a elegir entre ser el juguete de Adán o ser independiente. Técnicamente —Se encogió de hombros.

—Vaya, vaya. Nada nuevo en mi padre y sus leyes. No se tomaría nada bien que le desafiaras, pero no entiendo porqué fue tan drástico.

—Decidí bajar al confín de su mundo y en su infinita paranoia creyó que le estaba desafiando. Así acabé condenada a dar a luz cien hijos que morirían al anochecer.

—Eso sí es originalidad —Se burló Luci.— Ahora entiendo el origen de las nuevas criaturas que llegaron.

—Lilims. Son mis hijos.

—Madre de demonios. Me gusta. Pero no me creo que la 'inocente' —enfatizó en la palabra con sarcasmo— Lilith se quedara de brazos cruzados.

Una sonora carcajada salió de la garganta de la pelirroja. Como si le hubiesen contado un buen chiste.

—Por supuesto que no. Recorrí el mundo acercándome a las cunas de los hijos de los mortales enfermándolos en venganza y torturando a sus hombres.

Sus ojos reflejaron un brillo macabro.

—Guau, tu sí que sabes como hacer el mal, preciosa —Fingió estar sorprendido.

—Como resultado me envió aquí, contigo pero me consuela reunirme con mis hijos.

—Alto, alto, alto. Como entenderás esos demonios no son almas en pena y aquí sufres o sirves. Tus hijos son parte de mi reinado ahora.

Lilith chistó con rabia y caminó unos pasos hacia Lucifer, impidiéndole el paso el sirviente oscuro.

—Haría lo que fuera por mis hijos, Luci. Y eso incluye destruir a Dios, a ti o a quien se entrometa en mi camino.

Lucifer dibujó una sonrisa traviesa. Los ojos de Lilith destellaron con intensidad.

—¿Qué tienes en mente, angelito? —Insinuó ella.

—¿Qué te parecería reinar? —Fue directo al grano.- Sólo tendrás que ayudarme a salir de aquí. No me interesa este bendito trono ni este bendito lugar. Tus hijos y todo lo que encuentres aquí será tuyo.

—Acepto.

Pero el plan de Lilith ya estaba formado desde poco antes de bajar allí. Ella sabía perfectamente que para poder vengarse de Dios debía llegar hasta aquí, no era casualidad. Su plan iba más allá.

—Ponte cómoda —Hizo una pausa dramática.— Lo más que puedas en este lugar podrido.

Lilith sonrió con sensación de victoria.

🍎

Lilith:

Tras la conversación con Lucifer decidí conocer el reino bajo la tierra en busca de mis hijos, en concreto de los primeros.

Cuando Dios me condenó a dar a luz a cien demonios cada día supe que nunca podría sola contra él.

Así que esperé paciente, día tras día.

Sufriendo una pérdida tras otra.

Cuando llegó el momento, solo tuve que actuar como él temía que lo hiciera. Era predecible que me mandaría aquí. Y cien días después supe que ya tenía un ejército, sólo tenía que llegar hasta él.

La parte positiva es que Lucifer no sería un obstáculo, los dos queríamos cosas parecidas y si le convencía para ayudarme tenía claro que esta vez no iba a fallar.

El sirviente del inicio me seguía, guardando las distancias.
A pesar de que no había llegado a empatizar con los humanos de la tierra sentía pena de ver sus almas sufriendo y ver como un dios que se hacía llamar benevolente podía hacerle eso a aquellos que lo adoraban. Si ellos hubieran sabido la verdad, quizás las cosas hubieran sido de otro modo.

El infierno se dividía en varios niveles, el primero que encontrabas era la entrada junto con la sala del trono y los aposentos de Lucifer. En el segundo se hallaban las almas que si bien no habían hecho nada excesivamente malo, tampoco eran buenos ante los ojos de su creador. Así sucesivamente hasta siete plantas. Imaginé que mi lugar estaría en las últimas pues ahí encontré a mis hijos, encarcelados.

—Perdona la falta de hospitalidad por mi parte, no sabía que eran tus hijos hasta ahora —Sonrió un Lucifer divertido apareciendo entre las sombras.

—Sácalos inmediatamente —Espeté.

Mis hijos, que ahora eran bestias abominables, gritaban de angustia y dolor, sombras deformadas y sin capacidad de comunicación.
Sus cuerpos se retorcían en un fango oscuro y espeso mientras sus rostros buscaban algún rastro de piedad.

Sentí que algo en mí crecía con fuerza al observar la estampa, una furia incontrolable.
Lucifer dio orden de liberarlos, y luego me miró burlón.

—Bienvenida, madre de demonios.

Clavé mi mirada en él desafiante.

—La guerra ha empezado —Concluí.

El plan de Lilith | Inmortales IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora