─━IV. Itadori Yuuji

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CUATRO

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CUATRO.
ITADORI YUUJI
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Hace frío.

Gina está a su lado, de pie y con los brazos cruzados. Su mirada no se ha despegado del mismo sitio desde el momento en el que arribaron, sus ojos escaneando todo con una velocidad que incluso a Ash le causaba escalofríos.

Ash, por su parte, está en cuclillas. Sigue atentamente los movimientos de Megumi Fushiguro, la forma en la que pelea y cómo la maldición contra la que va codo a codo debe ser terminada rápidamente, o la chica en su agarre morirá.

Es una imagen obscena, asquerosa. A un lado suyo, Gina aprieta sus puños y trata de contenerse, de saltar frente a la maldición y acabar con eso ella misma, de liberar a la pobre chica de sus sucias, asquerosas manos. Ash niega, y ella concede.

Entonces el cristal junto a la maldición se rompe, explota en trozos pequeños y grandes, y un chico con cero presencia salta a través de ella. Ash se sorprende, su boca se abre ligeramente, y se inclina hacia el frente, intrigado.

—Cuidado —advierte Gina, mirándole de reojo—. No reveles nuestra posición.

Ash escucha, pero no hace caso. ¿Quién es él y por qué Ash no pudo detectarlo hasta que estuvo dentro de su radar, específicamente?

El chico dice algo, algo sobre también estar maldito, y Ash no entiende. No entiende, pero sigue viendo, continúa trazando los movimientos de ambos chicos, la manera en la que el chico que saltó a través de la ventana sostiene el cuerpo de la chica entre sus brazos. Son amigos, quizás. Cercanos no, pero definitivamente se conocen el uno al otro.

Los shikigami de Megumi Fushiguro son fascinantes, Ash concluye. Le gustaría tener un perro guardián así.

Entonces, Ash es golpeado con una infinitez de energía maldita, una que está bien concentrada pero al mismo tiempo no.

—Ah, ahí está.

Sí. Ash lo siente, la energía emanando de ese simple dedo.

Gina le palmea la espalda y Ash despega sus ojos de la escena frente a ellos para mirarla, ladeando suavemente la cabeza.

—Lo tienen bajo control, ¿cierto?

—Eso parece.

Ash se endereza y sus sentidos se expanden, cubren la totalidad de la zona y trata de encontrar esa aguja en el pajar que parece más un diamante entre rocas. Hay energía a su alrededor, una que se mueve con lentitud y otras que lo hacen con rapidez. Hay personas yendo de aquí allá que se alejan de su radar y desaparecen bajo otro, pero Gojou Satoru no parece estar cerca.

Chasquea la lengua, aburrido, y vuelve su vista hacia abajo, hacia las siluetas bailando frente a sus ojos y el suave delineado de... Oh.

Oh.

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