─━VI. Una muerte

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SEIS

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SEIS.
UNA MUERTE
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No le gusta lo que ve.

Le hace sentir náuseas, y le hace sentir dolor de cabeza, y le hace querer saltar allí abajo para lidiar con esa maldición él mismo.

Gina lo toma del brazo y lo detiene, y lo arrastra hacia las sombras para que no puedan ser vistos. La lluvia cae con fuerza del cielo y empaña todo y lo llena de un sombrío gris que resuena contra sus huesos.

Ash aprieta los dientes, urgido y con ganas de pelear.

—¿Es fuerte?

—Eso parece —Gina le tira una mirada de reojo—. ¿Debilidades?

—Su aura esta por todo el edificio —dice con voz estrangulada—. Si Itadori saca a Sukuna, puede que nada ocurra.

—No lo dejarán —replica ella de inmediato, mirando al hombre de lentes junto a ellos—. Demasiado peligroso. Ni siquiera deberían estar aquí esos tres.

—Mhm. Me pregunto en dónde estará Satoru.

Gina exhala, descontenta, y se cruza de brazos.

Se abstiene de preguntar, por supuesto, pero aquello no le quita las ganas que tiene de odiar al otro hombre. Después de aquel primer encuentro, Gina le guardó rencor a Satoru, incluso cuando el hombre no había hecho nada excepto pelear contra él.

La lluvia cae suavemente contra el pavimento y canta a través de sus oídos. Ash suspira, descontento, y se recarga contra el edificio. La prisión está desolada y lo único que hay en el interior es una maldición, un cuerpo, y los tres estudiantes de Satoru.

—Qué aburrido es la espera.

—Deberíamos haber ido tras ellos —dice él, quien siempre está listo para pelear, pero Gina niega.

—No. Nos habríamos revelado muy pronto, y Ana no estaría contenta con eso.

Y de repente, lo sienten. Ambos. Aparece ahí con una velocidad anormal y se extiende por todos sus sentidos. Está ahí, picando a la orilla de sus sentidos y diciendo, gritando, rogando por su atención.

—Ah, categoría especial.

, algo canta en su sangre, sí sí sí.

Ash quiere, Ash busca, Ash necesita.

Se le calienta la sangre y le vibra, le canta como la lluvia lo hace. Quiere ponerse a bailar y quizás gritar un poco, quizás exclamar de alegría. Quiere matar, matar, matar.

Le cosquillean los dedos cuando piensa en las posibilidades, en el deseo que siente.

—Ash —le dice Gina, y luego:— quieto.

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