Capítulo 20: El miedo del Papa.

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1 de junio del 1947.

Ya no quedaba nada de lo que algún día fue Jericco Goldstein, sólo era un psicópata que vivía como una criatura nocturna dentro de esa celda en la catacumba. El Papa Pío estaba recuperándose luego de las múltiples fracturas en sus extremidades, estaba aterrorizado y conmovido por lo que había vivido, tanto que necesitó atención psiquiátrica en los primeros días del internado hasta que mostró mejoría.

El Papa Pío XII no se contuvo en hablar sobre lo que vivió esa noche en Berlín, además tenía muchas evidencias claras de los hechos porque la catedral se estaba quemando sin algún motivo, y si lo había era extraño. Algunas de las estatuas sagradas de la iglesia se quebraron en el suelo, incluso algunos monumentos colgaban como piñatas desde el techo como si alguien los hubiese atado en la parte de arriba, y la altísima estatua de Jesucristo que yacía en la enorme cruz estaba atada del cuello, colgando del techo como si estuviese ahorcado.

Las noticias volaron en el mundo entero sobre el polémico caso de Jericco Goldstein, su nombre seguía en periódicos y en portadas de revistas. A todos les daba pánico hablar sobre ello, incluso, tenían la prisión resguardada ante la entrada de cualquiera, ya que en ciertas ocasiones fueron capturadas personas que pretendían entrar a la cárcel para hacer brujería.

Pío salió del hospital en la mañana para la prisión en una ambulancia, tenía los brazos enyesados y las piernas vendadas por los golpes. El Papa tenía enormes moretones y raspaduras en la fisionomía que la hacían casi irreconocible, estaba tan demacrado que parecía un monstruo por la hinchazón.

Tenía una reunión muy importante con el Coronel Morgen –aunque era importuno ir a la prisión en esas condiciones físicas– no se veían desde el día en que ocurrió la tragedia cuando tuvieron ciertas indiferencias, Pío sentía que debía regresar a la cárcel y enfrentar a aquella fuerza siniestra que por poco le quitaba la vida. Se sentía muy ansioso en el camino, cuando llegó a la prisión se estremeció y se sintió amenazado por algo que lo hizo pensar dos veces antes de entrar.

Un par de enfermeros acompañaron al Papa hasta la oficina y se quedaron afuera, uno de los enfermeros tocó la puerta de la oficina y Morgen se levantó del sillón para abrirla. Morgen estaba ansioso para debatir sobre el misterioso caso de Goldstein.

¡Buenos días Coronel! –Saludó Pío con una expresión amarga en el rostro cuando Morgen abrió la puerta–.

Los enfermeros se sentaron en los asientos del pasillo para esperar a Pío.

Oh, pase adelante, ¿Cómo has estado? –Le preguntó Morgen por cortesía, Pío entró y tomó asiento–. Sé que no estuviste muy bien las últimas semanas, y ah, –Morgen se puso una mano en la frente y agachó la cara–, te debo una gran disculpa por la última vez en la que te traté sin respeto.

Oh –bramó Pío–, para nada, no es necesario. Quiero hablarte de algo muy importante, ¡Algo maligno y diabólico está dentro de ese chico!

¿De Goldstein? –Cuestionó Morgen con incertidumbre–. Lo sabía...

Morgen se quedó pensativo.

¡Ese mismo! –Asintió Pío con la cabeza–. No había visto algo tan malvado en mí vida como eso, desde hace un par de años creí que Hitler era quien tenía una perversidad tan escabrosa, ¿Y Sabes algo? No sé si lo creas, pero, Jericco tuvo que haber pactado con un demonio poderoso para que sucediera todo lo que viví...

¿Qué viste en Jericco? –Preguntó Morgen, estremecido–.

Claramente el demonio que está protegiéndolo se encuentra aquí –explicó Pío con la voz áspera–, es probable que Jericco estuvo realizando rituales satánicos con magia negra, y francamente, estoy más que seguro que muchos de sus asesinatos fueron cometidos durante sacrificios paganos.

El Coronel Morgen se levantó de su sillón y empezó a caminar en círculos.

¿Cómo es posible que esto esté pasando aquí? –Agregó Morgen, absorto–. No sé cómo podría lidiar con esto, parece que fuera una simple mentira...

Morgen le dio la espalda a Pío y se quedó mirando al reloj.

Me temo a que deberá ser sometido a un exorcismo, –dijo Pío de forma contundente–.

¿Un exorcismo? –Indagó Morgen, extrañado–.

Sí, –asintió Pío–.

Te diré algo, –añadió Morgen–. Para ser honesto se me dificulta creer en este tipo de cosas.

A veces somos ciegos con la realidad, –expresó Pío–, pero eso es lo que quiere el maligno, asumir que no sabemos nada para así alimentarse del alma de las personas.

¿Es peligroso un exorcismo? –Preguntó Morgen con sugestión–.

Lo es, –asintió Pío de inmediato–. Necesito que ustedes indiquen en un documento validado por el Estado que las circunstancias físicas en las que está Jericco son deplorables. Es probable que, si ese hombre muere durante el Ritual Romano, yo podría ir a prisión por negligencia.

Morgen giró lentamente y le clavó una mirada desconfiada hacia Pío.

¿Puede morir? –Volvió a preguntar–.

Es más que probable –respondió Pío–, descuida, no hay que ser negativos porque el poder de Dios es más grande que el de Satán.

¡No quiero que ese asesino muera tan rápido! –Exclamó Morgen con la voz escandalosa–.

Mi asistente me acompañará durante el Ritual Romano porque necesitaré ayuda, –argumentó Pío–, es algo delicado que amerita mucha preparación.

¿Cuándo será el exorcismo? –Preguntó Morgen–.

El próximo 5 de junio, –respondió Pío–, si pudiera hacerlo ya mismo lo haría de inmediato, pero no puedo hacer un exorcismo con los brazos enyesados.

Tienes razón, –concertó Morgen–, ¿Cuándo te quitarán el yeso?

Un día antes –respondió Pío–. Mi asistente tomará un avión para la mañana del día cinco.

¿Quién es tu asistente? –Quiso saber Morgen–.

La Hermana Pascualina, –le respondió Pío–, vendrá desde Italia para el exorcismo.

De acuerdo, –afirmó Morgen con la cabeza–. Ustedes se harán cargo de lo que pueda suceder dentro de esa celda.

Necesito que al menos dos militares estén presentes durante el exorcismo por nuestra seguridad, –exigió Pío–, y serán posibles testigos por si me llevan a juicio algún día.

Está bien, –confirmó Morgen–. Mandaré a dos de mis hombres para la catacumba, espero que todo esté bajo control porque no quiero más polémicas y escándalos en el penitenciario.

No lo decepcionaré, Coronel, –dijo Pío serenamente–. Es hora de marcharme, necesito ir al nuevo departamento para descansar.

¿Qué sucedió con tu residencia en la iglesia? –Le preguntó el Coronel–.

Se quemó y no pienso regresar más a ese lugar, –respondió Pío poniéndose de pie–.

Morgen se levantó para llevarlo hasta la puerta.

Espero que esté muy bien, –le dijo Morgen–.

Nos vemos en 4 días, –habló Pío, despidiéndose–. Ore mucho, porque esta prisión no es un lugar muy agradable que digamos. Hay cosas que podrían enloquecerlo, no deje que lo engañen.

¿Qué prisión es agradable? –Dijo Morgen, abstraído–.

Morgen abrió la puerta y los enfermeros se levantaron para llevar al Papa a la ambulancia.

¡Que tenga buen día! –Ultimó Pío–.

¡Hasta luego! –Vociferó Morgen–.

𝐏𝐋𝐄́𝐘𝐀𝐃𝐄𝐒 𝟐: 𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora