Capítulo 52: No me dejes.

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7 horas después.

Londres, Reino Unido.

3:00 pm.

Aradia y Jericco no hablaron durante todo el viaje, bajaron del jet y el chofer los esperó en un Jaguar XK120 para llevarlos al hospital de San Bartolomé, el más antiguo de Inglaterra fundado en el lejano año 1123. Llegaron al hospital y subieron hasta el último piso para ver a Germán, en la sala de espera se encontraba su compañero de culto. Un chico de Perú al que llevaba conociendo por muchos años desde que era su aprendiz, Francisco Mendoza.

¡Señor, Winchester! –Le dijo a Jericco levantándose del asiento–.

Jericco frenó bruscamente y se estrelló con Aradia golpeándose los brazos.

¿Cómo está Papá? –Le preguntó Jericco–. ¿En dónde está?

Aradia le interrumpió:

¿Qué le pasó a Germán?

Francisco no sabía cómo responder.

En la mañana tuvo un infarto agresivo en el miocardio, –Jericco y Aradia tragaron grueso mirándose entre sí con misterio–, pero, el problema es que su corazón quedó muy estropeado... Está más que inservible porque no bombea la sangre suficiente para todo el cuerpo, en consecuencia, la baja concentración de oxígeno en la sangre está deteriorando lentamente su salud cerebral porque el cerebro no cuenta con la suficiente oxigenación, ni siquiera puede respirar bien. Germán se está olvidando de todos, parece que no nos reconociera, sólo menciona tu nombre mientras llora del dolor que siente en el pecho.

Jericco y Aradia volvieron a mirarse estremecidos pero esta vez con un gesto de desilusión. Una chica apareció de pronto saliendo de la habitación, abrió la puerta y salió acompañada de un chico.

Buenas tardes, amigos, –dijo ella– no sé si me conozcan, pero yo los conozco muy bien a ustedes. Mi nombre es Gabriela España y déjenme decirles que, Germán es un padre para mí, lo amo tanto que tengo mucho miedo en perderlo. Lo conocí en clases de artes oscuras, mis compañeros acá también son sus alumnos.

Soy Dariczon Duarte, –se presentó el chico–, vengo de Costa Rica... Desde que me informaron sobre la situación de salud de Germán he estado destrozado, él es todo lo que tengo y no quiero perderlo. Pienso que deberían ir a su habitación y pasar tiempo con él porque siento que, de hoy no pasa con vida.

Jericco se puso pálido, Aradia lo tomó del brazo.

Debo ir a la habitación, –musitó Jericco, aterrorizado–, adiós.

Aradia y Jericco corrieron a la habitación por Germán, Jericco se tropezó con una silla y por poco caía.

¡Me duele, me duele! –Gritaba Germán en la camilla, yacía en el dolor de su herido corazón–. ¡Aaahhhhh!

La voz de Germán se apagaba, su mirada perdida y su rostro pálido devastaron a Jericco con un gemido de melancolía.

¡Papaaaa! –Sollozó Jericco aproximándose a él–.

Aradia se cubrió la cara con sus manos y empezó a lloriquear.

¡Jericco, hijo, ven acá! –Suplicó Germán con la voz temblorosa–. No me dejes solo, no me dejes aquí... ¡Quédate conmigo!

Germán estaba temblando y sudando con la dentadura vibratoria. Tenía un catéter en la mano derecha por donde se le administraban los medicamentos por la vía endovenosa, una máscara de oxígeno y una bata azul.

𝐏𝐋𝐄́𝐘𝐀𝐃𝐄𝐒 𝟐: 𝐄𝐋 𝐎𝐑𝐈𝐆𝐄𝐍Donde viven las historias. Descúbrelo ahora