Capítulo 20

1.2K 163 44
                                    

Miércoles 21 de junio de 2017, doce días después.

Su abuelo se había convertido en el protagonista del día. En vestíbulo de la octava planta, sentado en una de las pequeñas sillas que rodeaban unas coloridas mesas siempre llenas de dibujos y juguetes, destacaba por encima de todas las pequeñas cabezas calvas que lo rodeaban observándolo con asombro. Cuando sacó una moneda de detrás de la oreja de una niña de unos cinco o seis años todos estallaron en exclamaciones y vítores, y entre risas pidieron ser los siguientes.

Desde uno de los sofás más apartados de la sala, Isabella evitó fijarse en ellos centrando la vista en Hannah, quien lo observaba con suspicacia en un intento de descubrir sus trucos. Una enfermera -«Rosa» creyó recordar- le dio una suave colleja cuando al descubrirlo estuvo a punto de exclamarlo en voz alta chafándoles la emoción a los más pequeños.

Su abuelo pareció darse cuenta, y con un movimiento de cejas extrajo de su bandolera la baraja de cartas que siempre llevaba con él retándola a descubrir su siguiente truco.

Todos los pequeños se inclinaron hacia él con expectación cuando les pidió la máxima atención al empezar a mezclarlas.

-Des del momento en que saliste de quirófano supo que había algo que no había ido bien. No le creí. No quise hacerlo -murmuró su abuela mirándolo también-. Pero definitivamente no esperábamos esto.

Isabella le dedicó una sonrisa triste sin dejar de observarlo. Su abuelo río cuando al acabar el truco, habiéndose ganado una nueva tanda de risas asombradas y exclamaciones, Hannah frunció el ceño, confusa.

-Siento no haber estado aquí para ti, cielo.

Esta vez Isa sí que se giró. Alarmada.

-No es culpa vuestra. Fui yo quien no quiso contároslo.

» No quería preocuparos -añadió unos segundos después con rapidez.

Con ternura, su abuela le sujetó el rostro con las manos.

-Una vez tu abuelo me dijo que todas las personas que nos rodean son estrellas. Para cada uno, algunas brillarán con más intensidad que otras, dependiendo de lo cercanas y preciadas que te sean.

» Como nosotros el sol, necesitamos esas estrellas. Necesitamos sentir su calidez, su presencia, su luz, porque si nos alejamos de ellas nos quedamos a oscuras y cuando estamos a oscuras no podemos ver, solo sentir el frío.

» Pero a diferencia de la tierra, todas las estrellas emiten su luz y si una estrella se aleja de sus estrellas esas estrellas tampoco reciben su luz. Y a pesar de tener nuestra propia luz, de ser capaces de iluminar a otros, también necesitamos a nuestras estrellas.

» Necesitamos la luz de otros tanto como ellos la nuestra.

» No te alejes de nosotros Isa. No te alejes de tus padres. No te alejes de tus amigas. No permitas que pierdan tu luz. No permitas quedarte a oscuras.

» No necesitamos que nos protejas, sino que nos ilumines.

» Porqué des del momento en que viniste al mundo, e incluso antes de eso, te convertiste en una de nuestras estrellas más brillantes. Y no podemos perderte, cielo.

-Pero... ¿Y si...? ¿Y si muero? -preguntó ya con algunas lágrimas recorriéndole la mejilla. Su abuela las secó con sus pulgares regalándole una tierna sonrisa.

-Cuando nosotros hayamos muerto nuestras estrellas seguirán emitiendo luz durante de miles de años después. Se podrá seguir sintiendo la calidez que desprendieron, se podrá seguir viendo la luz que emitieron.

Somos polvo de estrellas ✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora