Capítulo 46

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Martes 23 de julio de 2017, cincuenta y cuatro días después.

Bianca se levantó de la cama con algo de pesadez. Soltó un suspiro antes de tocar el despertador para que se encendiera la pantalla y poder ver la hora. Las tres y doce de la mañana. Bostezó profundamente y pasándose una mano por los ojos se levantó en la oscuridad de su dormitorio.

Colocando las manos en puntos estratégicos de la casa no le hacía falta encender ninguna luz para orientarse. El marco de la puerta, la estantería del pasillo, la esquina, la barandilla de la escalera... Conocía perfectamente cada recodo, cada detalle, sonido, olor. Intentando que no crujiese la madera bajo sus pies bajó la escalera hasta llegar a la cocina. Allí encendió la luz de la campana extractora, que iluminaba considerablemente menos que los LED que aguardaban en el techo de la cocina.

En el primer cajón, entre tijeras, gomas elásticas, botones, bolis y una mezcla de todo aquello que no sabías nunca donde guardar, encontró el termómetro.

Tres veces al día Isa controlaba su temperatura, esa noche había estado algo más alta de lo habitual, por lo que según el protocolo médico que le habían facilitado desde el hospital tenía que controlarla cada seis horas para asegurarse de que no subiese.

Y eso se disponía a hacer.

Con el termómetro en mano se dirigió a su habitación. Procurando no tropezarse con la silla de ruedas o cualquier cosa que hubiese dejado en medio consiguió llegar hasta la mesilla de noche. Palpándola con dificultad finalmente fue capaz de encontrar el interruptor de la lamparilla. Una luz amarillenta las rodeó creando inquietantes sombras a su alrededor.

Y esa luz la permitió verla. Su hija. Tardó unos segundos en recordar su aspecto. Desde ese día en que había entrado junto a su marido a la habitación de Hannah y la había visto calva por primera vez, esa situación no se había vuelto a repetir. Isa se había asegurado de ello.

Contempló su cabeza completamente calva con un nudo en el estómago. Se puso manos a la obra pocos segundos después para que su mente no la llevase a lugares oscuros.

Tesore... Tesore... —murmuró mientras le colocaba suavemente la mano en el hombro. Debajo suyo su hija se revolvió bruscamente. Estaba sudada. ¿Pesadillas?

» Hey... Tesore, svegliati.

Mamma? —. Fue casi inaudible, arrastrando tanto las letras que pareció un gemido.

—Isa, despierta. Venga. Que tenemos que ponerte el termómetro.

» Venga... No te hagas de rogar...—. Pero no sirvió absolutamente de nada, Isa solo se revolvió en un sueño agitado.

Soltó un suspiro soñoliento antes de colocarle una mano en la frente. Y entonces lo notó. Estaba ardiendo.

Merda. Merda. Merda...

Las palabras de Linda y la doctora Soler empezaron a sonar en su cabeza a todo volumen. Defensas, inmunodepresión, infección, fiebre, urgencias, riesgo, hospital...

Con rapidez bajó la sábana que la cubría y tras encender el termómetro se lo colocó en la axila.

—Qué no sea nada... Qué no sea nada... Qué no sea nada... —rezó mientras mantenía el brazo de su hija pegado a su cuerpo para que el termómetro no cayera. Esos dos minutos se le antojaron eternos. Y entonces el aparató empezó a pitar.

Treinta y nueve y medio.

—¡David! ¡David! —gritó mientras encendía la luz de la habitación y a paso rápido se dirigía a la cocina encendiendo todas las luces a su paso.

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