Capítulo 34

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 Sábado 2 de julio de 2017, veintitrés días después.

Isabella tardó unos segundos en reaccionar, que fueron menos de los que tardó ella. La chica que conocía desde la guardería, con la que había incluso ido de vacaciones, su mejor amiga ¿o ya no?

—Abril... —. Hizo avanzar la silla de ruedas unos metros más, reduciendo la tan significativa distancia que las separaba—. Yo... —. Las palabras de Isa se perdieron en el viento, no sabía que decir, ella no parecía tampoco estar escuchándola. Con rapidez, estaba examinándola atentamente de arriba abajo. Sus ojos vagaban por encima de ella sin posarse en ningún lugar durante más de unas milésimas de segundo, con rapidez, con convicción, con... ¿incertidumbre? Parecía estar buscando algo en ella.

» Yo... —volvió a intentarlo. Otra vez, el viento se llevó sus palabras. Todos sus pensamientos, emociones, miedos, todo aquello que llevaba días martilleándole la cabeza era imposible transmitirlo con unas simples y vulgares palabras. ¿Cómo tan solo veintisiete letras podía trasmitir todo aquello que sentía? ¿Cómo podía haber palabras para ponerle nombre a lo que sentía si no lo tenía ni claro? ¿Si era una mezcla de tantos sentimientos, emociones, miedos, pensamientos, incertezas, prejuicios, vergüenzas, dolor...? ¿Existían acaso las palabras para hacerlo? ¿Alguna palabra más que caos, para definir lo que su mente sentía?

No hizo falta que las buscara, su mejor amiga estaba allí. Interrumpió sus caóticos pensamientos dejándola más muda todavía.

Si eso era posible.

—Ya lo sé.

Inconscientemente Isa frunció el ceño con sorpresa y duda a partes iguales ¿Sabía lo que le estaba pasando por la cabeza? O, mejor dicho, ¿todas aquellas palabras que no encontraba?

Pero no era así.

Abril empezó a llorar, y solo entonces Isa lo escuchó de entre sus labios. La palabra, la palabra que le había cambiado la vida: cáncer. Ella lo sabía, al igual que su familia, ella lo sabía, pero ¿cómo? En ese momento no se lo preguntó, se quedó en blanco, observándola atentamente durante unos segundos que parecieron eternos. Unos segundos que le permitieron observarla en profundidad, como a trozos, a fogonazos de información que llegaban y se esfumaban a toda velocidad sin su mente ser capaz de procesarlos: ojos rojos, como de haber llorado. Su característico moño. Su cuerpo en tensión. Miedo. Culpa. Isa no se dio cuenta hasta unas horas más tarde.

Ver como su mejor amiga perdía la compostura la hizo finalmente reaccionar. Hizo avanzar la silla con rapidez y se arrodilló junto a ella, que unos segundos antes se había dejado resbalar desde la maceta hasta quedar en el suelo con las rodillas pegadas al pecho. Isabella la abrazó con fuerza dejando salir todo aquello con lo que llevaba semanas martillándose cabeza y corazón y sin saberlo dejando que su amiga también se liberase de todo aquello que había sentido: traición, preocupación, miedo, angustia, enfado y un malestar que había culminado con la noticia escasas horas antes haciéndola sentir como la más absoluta mierda. Su mejor amiga había sido diagnosticada con cáncer y ella no había estado allí, sino que además se había sentido traicionada. Traicionada. Mientras ella miraba películas y leía su mejor amiga se encontraba entre la vida y la muerte. La había culpado por haber dejado de comunicarse, por haberlas abandonado, cuando en verdad había estado luchando contra problemas infinitamente más importantes que ella. Y ella la había culpado, la había culpado.

Desde su ventana, Ángela contemplaba la escena con corazón roto, pero con la certeza de que había sido la decisión correcta.

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