Forgiveness

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El entrenamiento había acabado con un ambiente un poco incómodo y un Shindou bastante cohibido, todo debido al incidente de la niebla. Había tardado bastante en ducharse y cambiarse, a diferencia de Kirino que estuvo listo en apenas cinco minutos, y ahora solo quedaban un par de personas más con él en los vestuarios.

Cuando por fin estuvo listo y salió, no pudo evitar fijarse en cierta conversación que se oía varios metros más allá. Lo que captó su atención, no fue otra cosa que un nombre en particular:

— ¿Kirino, dices? – esa voz pertenecía indudablemente a Hamano – Sí, tienes razón.

— Me preocupa que haya pasado algo… El otro día parecía realmente enfadado. – por supuesto, el otro participante de la conversación era Hayami.

— ¿Crees que es por eso? Ya ha pasado más de una semana desde ese día. – se puso las manos en la nuca como siempre hacía.

— Tienes razón, pero… - sonaba asustado, aunque eso tampoco era ninguna novedad.

— ¿Pero? – Shindou daba gracias de que ninguno de los dos hubiera notado que estaba allí y podía oírlos.

— Algo anda mal, estoy seguro. – aunque Hayami era bastante fatalista, estaba claro que en esa ocasión tenía razón.

— Por cierto, ¿no te pareció raro verle ahí? Me suena que ese día no tenía que quedarse a recoger ni nada. – Shindou vio que tendría que acercarse un poco más para seguir escuchando, pues a medida que hablaban se iban alejando hacia la salida del edificio.

— Es verdad, además venía justamente del edificio fútbol, ¿quizás estaba esperando a Shindou? Ese día le tocaba ordenar el club. – aquella frase fue la que le hizo caer, le vino a la mente una posibilidad por la que Kirino podría estar enfadado con él, y con razón.

Dejando atrás a los otros dos, que habían cambiado radicalmente de tema y ahora hablaban de irse a pescar, salió corriendo del lugar sin que le importara lo más mínimo que notaran que había estado escuchando su conversación.

Si tenía razón y el pelirrosa estaba enfadado por lo que él creía, entendía que lo hubiera estado evitando; seguramente él habría hecho lo mismo en su situación. Se sentía completamente estúpido por no haberse dado cuenta de lo que pasaba, y aún más por haber permitido que ocurriera en primer lugar. Por lo que acababa de escuchar, podría jurar que Kirino los había oído mientras ordenaban los materiales en el club, o sea que había escuchado eso que habían dicho y que él, como el idiota que era, había secundado.

Se lo había prometido, maldita sea, se lo había prometido y le había fallado.

¿Que qué había pasado? Pues cuando, nueve días atrás, se había quedado a recoger con dos compañeros más, estos habían sacado a relucir el tema de la apariencia de Kirino. No era ningún secreto que su mejor amigo no tenía el aspecto más masculino del mundo, pero a él eso nunca le había importado. En fin, que ese par lo comentaron y Shindou, que tampoco estaba prestando demasiada atención a la conversación, les dijo que estaba de acuerdo.

¿Dónde estaba el problema? En que el pianista era conocedor de los problemas e inseguridades que tenía el pelirrosa debido a su físico, tanto era así que le había prometido no decir cosas como que parecía una chica y, además, defenderle si oía que alguien se lo decía.

La única explicación que se le ocurría para el comportamiento del defensa era que hubiera oído el comentario de anormal – porque sí, no tenía otro nombre – que había hecho sin querer. Disculparse y rogar por su perdón era lo único que podía hacer, y os aseguro que nada se lo impediría.

Corrió por las calles como si le fuera la vida, tenía que alcanzar a Kirino antes de que llegara a su casa y no estaba seguro de poder hacerlo. Cuando por fin vislumbró ese par de coletas rosadas, se encontraban delante de la puerta de entrada de un edificio exactamente igual a todos las del vecindario, la casa de Kirino. Se esforzó por recorrer esa distancia en el mínimo tiempo posible, pero cuando estaba a pocos metros de llegar vio como la puerta empezaba a cerrarse.

— ¡Kirino! – la sorpresa se pintó en aquellos ojos azules durante las milésimas de segundo que fueron visibles, antes de que la puerta se cerrara completamente.

Shindou no se dio tiempo a recuperar el aliento antes de golpear la puerta con los nudillos, sabiendo de antemano que su amigo no le abriría.

— Kirino… – su intuición le decía que el pelirrosa seguía detrás de la puerta, seguramente observándole por la mirilla a la espera de su siguiente movimiento – No hace falta que me abras, pero por favor, escúchame.

No recibió respuesta ni nada le aseguraba que siguiera allí, pero quería disculparse y lo haría, le daba igual hablarle a una puerta sin nadie detrás.

— Siento mucho lo que ha pasado, en serio. No debí decir eso… sé lo mucho que te importa y lo último que quiero es hacerte daño. Me he portado como un idiota, no solo por fallarte, sino también por darles la razón en algo que no pienso. Te prometí que nunca diría nada como eso, que nunca te haría sentir mal… y te he fallado. Entiendo que me odies después de traicionar tu confianza de esta manera, pero no creo poder soportarlo… Sé que lo que te pido es egoísta, pero por favor, perdóname…

No obtuvo respuesta, y no pudo evitar pensar que, o se había ido y había estado hablándole a la nada, o que no quería perdonarle. Suspiró con el corazón encogido y se dio la vuelta, ya era hora de que volviera por donde había venido.

— Shindou… - podría asegurar que esa voz le paró el corazón, y que este no volvió a latir hasta que las miradas de ambos se hubieron encontrado – Está bien, te perdono.

Benditas palabras que le habían sonado a gloria. Sin pararse a pensar en lo que hacía, se lanzó a abrazar a su amigo con fuerza, más que feliz con su decisión.

— Gracias, gracias, gracias… - repitió el centrocampista una y otra vez, notando como su gesto era correspondido por los tímidos brazos de Kirino.

Cuando se separaron, ninguno de los dos pudo evitar sonreír, realmente habían extrañado pasar tiempo juntos.

— Déjame compensarte. – sugirió de repente Shindou, incapaz de borrar aquella sonrisa de sus labios.

— No hace falta que ha-… - empezó a decir el defesa, un poco sorprendido por la idea del otro.

— Quédate a dormir en mi casa. – aunque no lo reconocería en voz alta, Kirino se calló porque no quería terminar la frase, la verdad es que la propuesta le gustaba bastante más de lo que quería admitir.

Bittersweet LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora