20. Final del invierno

51 6 21
                                    

En aquel momento, en la oscuridad, no sintió el mismo miedo que sus maestros sintieron cuando descubrieron que su hermano había escapado, quizá ni siquiera sintió el mismo terror que cuándo entendió que estaba solo, ni el terror a morir y que su cuerpo se descompusiera en su habitación en lugar de ser purificado por los picos de los buitres. Era un terror distinto, un miedo que estaba frente a él, no del pasado ni del futuro, solo de ahí. No lograba entenderlo del todo.

Había cerrado los ojos porque estaba temblando, no estaba seguro de si era efecto del frío o de la oscuridad que se cernía y abrazaba su cuerpo. Así, en la oscuridad, lo único que escuchaba era su corazón en su garganta, y nada más.

Pasó un minuto en silencio, o tal vez fue una hora. No tenía una hora. No quería quedarse ahí, no quería quedarse atrapado ahí, pero si lo hiciera, si se quedara ahí... Trató de contener sus temblores y se abrazó a sí mismo.

«Necesitas moverte» se dijo y se repitió, pero su cuerpo estaba congelado. Respiró despacio. «Todo saldrá bien».

Escuchó pasos metálicos y pesados, se arrastraban en un suelo de roca y repiqueteaban cadenas cada cierto tiempo, lejos de ahí, lejos de ahí. No abrió los ojos, seguía temblando, pero comenzó a moverse. Si era el guerrero... ¿Estaría vivo?

Aferró el hilo entre sus manos porque su vida dependía de este, y se movió siempre hacia el frente. Comenzó a tantear en algún punto y notó lo angosto de aquel pasillo. Apenas lograba caminar en el medio sin chocar contra uno de los muros llenos de protuberancias. Parecía eterno. Caminó y siguió caminando y olvidó cuánto tiempo había caminado, pero el aire era denso y difícil de respirar.

Llevó una mano al cristal que guardaba en su bolsillo. Quizá tomar la espada era mejor idea si quería luchar, y aunque el cristal fuera pequeño y quizá incluso si lo sacaba la oscuridad lo cubriría por completo, lo mantuvo a flote y caminando.

En aquel camino eterno, de pronto escuchó susurros y más susurros, apretó los ojos. Eran voces ininteligibles, voces antiguas, voces que desconocía y que tal vez no entendería jamás, pero entre ellas, escuchó memorias. Apretó los ojos.

—Terminé todos los deberes.

—Bien hecho.

—¿Puedo participar en la danza de las espadas de este año?

—¿Por qué no se quitará la máscara?

—¿Por qué no habrá vuelto?

—¿A dónde se fue?

—No debimos matarlos...

—¡Morgunstjarna!

—¿Me prometes que lo cuidarás?

—Maestra, ¿por qué el aire se ve cuando hay nieve?

—¿Cómo te llamas?

—No tenemos nombre.

—Ojalá Kirán te perdone por todas las desgracias que trajiste al templo.

—Sabes que es tu culpa, ¿no?

—Este es tu hogar, todos te han cuidado, este es tu mundo.

No, no lo era ni lo sería nunca más. Esas eran voces que no podía escuchar, que había decidido ignorar, recuerdos a los que no podía prestar atención. Siguió con el cristal apretado contra su pecho y las memorias continuaron mientras sus dedos se helaban conforme se adentraba.

Había gritos humanos, muchos gritos y sollozos, quejas y peleas. No abrió los ojos. Necesitaba sacar al guerrero, aquello solo era la niebla jugando con su mente. Kaamran había dicho que no lo recomendaba... Si él entró alguna vez con Sansavi, ¿cómo lucharon contra eso?

La muerte en las montañas y el rey buitre | El Legado Solar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora