13. Llamas

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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene algunas descripciones gráficas de quemaduras, pensamientos suicidas, descripciones de cadáveres y sangre que podrían alterar a ciertos lectores

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ADVERTENCIA: Este capítulo contiene algunas descripciones gráficas de quemaduras, pensamientos suicidas, descripciones de cadáveres y sangre que podrían alterar a ciertos lectores. Considera bien esta advertencia antes de leer, por favor.

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Un año después, a finales del otoño, a unos días del solsticio de invierno, el tiempo se había detenido. Miró al techo de su habitación sin pensar en nada más, todo se había vuelto silencio en algún punto. Se levantó como todos los días: con su espada en mano y su capa de invierno en los hombros, y fue a hacer sus tareas del día.

Aquella mañana con nieve, tanto el maestro como la maestra habían salido a cazar. Antes de irse, ambos le dirigieron miradas preocupadas de soslayó, que igual decidió ignorar como siempre en el último año. Y sin más, se fue a hacer sus tareas.

Tenía que reemplazar las lámparas de Sol antes del solsticio de invierno, antes de que las noches fueran más largas que los días, y antes de tomar posiciones para proteger el templo en el solsticio. En una canasta llevaba las lámparas cargadas en verano, y en otra canasta ponía las que ya se habían apagado por completo. La luz del día no le permitía ver claro si seguían brillando o no, así que dejaba las canastas en el suelo, repiqueteaban, luego cubría la lámpara con su capa y veía.

Si la luz pálida estaba moribunda y parpadeaba, reemplazaba la lámpara, si brillaban firmemente, las volvía a colocar. Al final, terminó recolectando la mitad de las lámparas de la Cámara del Tesoro Negro, y fue a guardarlas al depósito.

Y entonces escuchó un grito.

Dejó las canastas en el suelo, y desvainó la espada. Y echó a correr con paso silencioso hacia donde escuchó el ruido. Cuando llegó a la cocina encontró a la maestra mayor envuelta en fuego. Las llamas se alargaban como manos alrededor de su cuerpo, y por más que ella corrió y gritó y se golpeó el cuerpo, las llamas no se apagaron.

El calor se expandía por toda la cocina, y el fuego la había cubierto casi por completo en aquel punto. Las llamas envolvían su capa, su ropa como si su cuerpo fuera carbón. Ella gritó, aulló, aleteó los brazos una y otra vez más, pero las llamas parecían avivarse aún más.

La mirada del guardián de inmediato fue al fogón. Ahí había un frasco hecho pedazos, el líquido contenía estaba derramado en el suelo y contenía un fuego que se agitaba y parpadeaba, y no parecía que fuera apagarse así sin más.

—¡Ayuda! —chilló como los conejos antes de morir—. ¡Ayuda!

Ella giró y giró sobre sus pies sin saber qué hacer, sin poder apagar el fuego. Él guardó su espada en silencio y miró a su alrededor, buscó cualquier cosa. Y entonces, ella miró en su dirección, y él encontró algo desagradable en su expresión en fuego, algo repugnante y algo terrible: sus ojos sangraban, tenía vidrios enterrados en las mejillas, y su piel...

La muerte en las montañas y el rey buitre | La Herencia Solar #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora