La última noche del año (Hollins)

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No había ni un alma vagando en la penumbra, había demasiada calma. Aun así, Horacio se empeñó en seguir patrullando por la zona del Sur. Apenas habían agentes disponibles en la comisaría de la LSPD y dudaba mucho de que las organizaciones criminales se tomaran la última noche del año de descanso. La ciudad estaba de celebración. Era un fin de año lleno de buenas noticias: Gracias a la acción conjunta de las tres facciones policiales, la tasa de criminalidad de Los Santos se había rebajado hasta en un 2,4%, se había producido un crecimiento en la economía gracias al fomento del turismo de mar y montaña y por último, se había hecho el descubrimiento de una vacuna que podría ahorrar muchas muertes.

Tras un buen rato circulando por algunos barrios conflictivos, desistió en su cometido y volvió a su sede. Horacio se dejó caer sobre el sofá de su despacho y encendió el televisor. Todo era felicidad, amor y familia. Les tenía envidia, porque eran cosas que él no tenía. Sus padres lo abandonaron a muy temprana edad y la familia que había formado con Gustabo había hecho lo mismo. Lo habían dejado completamente solo.

Por un momento, miró su teléfono y se preguntó si le importaría lo suficientemente a alguien como para mandarle un mensaje felicitándole el año nuevo. Por un momento tuvo esperanzas pero, ¿quién querría felicitar a un agente del FBI?

Quedaban menos de quince minutos para finalizar el año y allí estaba él: Pensando en dónde estarían aquellos a los que llamaba familia y preguntándose por qué se marcharon sin dar explicaciones. No podía dejar de pensar que él tenía la culpa. Pensó en Gustabo, su hermano y compañero de viajes desde que era niño, en Conway, aquel hombre que alguna vez consideró como una figura paterna válida. Y por último, pensó en Volkov. Se sentía estúpido por tenerlo presente en sus pensamientos, pero, simplemente, no podía evitarlo. Al fin y al cabo, había sido su primer amor.

Sacudió la cabeza tratando de borrar cualquier tipo de pensamiento negativo y tomó un trago de champagne. En el último momento se le ocurrió comprar una botella. Ahora se sentía un iluso por, tan solo, haber pensado que podrían aparecer y que podría impresionarlos con una buena cena acompañada de un buen champagne. Todavía le dolía el corazón, pero ya no se trataba de ellos. Ahora se trataba de él. Volvía a ser el de antes,  ese idiota dispuesto a ahogar sus penas en alcohol. Intentó reprimir aquel deseo, no quería esa faceta suya de vuelta. Necesitaba  distraerse para no caer en la tentación.

Buscó un teléfono entre sus contactos y se colocó el móvil en la oreja. Al cuarto tono empezó a desesperarse, pero confiaba en que estuviera disponible, siempre lo estaba.

—¿Si? —Inquirió alguien al otro lado.

—Eeeh, Collins...soy H del FBI. 

—Ostia puta, ya creía que me iban a amenazar. Me cago en la puta... —Comentó soltando una risa jocosa, mostrándose aliviado—. ¿Qué pasa? ¿no estás reunido con los máximos cargos del gobierno?

—Lo hemos tenido que posponer para otro día, estaban muy ocupados haciendo desaparecer cosas. —Le contestó divertido y con mucha ironía. 

—Pues si puedes hacer desaparecer a unos cuantos que me están tocando los cojones, me harías un favor. No sé si voy a llegar al año que viene.

—¿Por qué dices eso? ¿estás en comisaría? 

—Alguno tenía que comer mierda y cómo no, me ha tocado a mí. —Le explicó—. De todos modos, el trabajo me distrae. Es mejor que estar solo y ver todas las mierdas de amor y familia que están echando por la tele.

Era de esperar que alguien tuviera que quedarse trabajando en Nochevieja, los crímenes no se iban a detener por una festividad. Aun así, no esperaba que el comandante Chris Collins fuera el afortunado.

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