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El reencuentro.

Dan llevaba un día ajetreado y empezaba a sentir el cansancio hacer mella en él. Primero había tenido que ir de secreta junto con Gustabo a recibir instrucciones de Emilio y los de su banda, después a trabajar para ellos y, tras ser abatido en plena misión, hacer la entrega de las semillas y hojas de marihuana y heroína que ellos mismos habían recogido. También había aprovechado para incordiar a los mecánicos. Era una actividad que hacía junto a Gustabo cada vez que tenía oportunidad, pero cuando lo hacía solo, no se sentía él. Muy en el fondo de él, sabía que lo hacía para contárselo a su compañero al día siguiente, para que viera lo gamberro que podía ser si se lo proponía.

Aun así, decidió despejar su mente yendo a comisaría a trabajar. A diferencia de su compañero Gustabo, ejercer como subinspector le gustaba mucho más que infiltrarse con las mafias. Se sentía más confiado con aquella máscara de colores turquesa, con ella puesta era el héroe de la ciudad.

Dan era un buen policía, tenía una puntería impresionante y manejaba la moto como nadie. Horacio solo era el osito de peluche y el perrito que seguía a Gustabo a todas partes.

En ocasiones, le gustaría que en su DNI pusiera Dan, en lugar de Horacio. Dan era respetado por todos y Horacio, a pesar de ser considerado un criminal, era el hazmerreír de todo el mundo.

Entró en servicio y permaneció unos instantes parado junto al mostrador. Le sorprendía que todo estuviera tan en calma, pero también le preocupaba. ¿Acaso todos los malhechores de la ciudad se habían compinchado para elaborar el mayor de los crímenes jamás cometido en la ciudad? Se preguntó a sí mismo. De todas maneras, decidió ir al vestuario a ponerse el uniforme. Para aquella jornada, se animó con los pantalones blancos estrellados y la capucha negra. Le llegó un aviso de un código tres en licorería. Sonrió, le apetecía pegarse de tiro con quien fuera. Necesitaba liberar la tensión acumulada de los últimos días. El cuerpo le pesaba y las heridas de bala todavía le dolían, pero todo aquello era soportable en comparación a cómo lo hacían sentir psicológicamente. Salió del edificio y entró en su coche patrulla, pero cayó en un pequeño detalle:

Se había olvidado del chaleco.

—¡Mierda! —Masculló furioso, sabiendo que algún policía le robaría el puesto en el atraco.

Salió del coche y corrió a toda prisa hacia los vestuarios. Rezaba internamente por llegar a tiempo al atraco y que este terminara en tiroteo. Una persecución solo terminaría por amargarle el día.

Hizo el amago de abrir la puerta del vestuario, pero esta estaba atascada. Intuyó que algún compañero estaría apoyado en ella, pero aun así siguió moviendo la manivela hasta que pudo abrir la puerta. Ya se estaba preparando para regañar al alumno que estuviera haciendo el vago en los vestuarios, cuando averiguó quien era quien realmente le impedía el paso.

Su sorpresa fue mayúscula cuando descubrió que la persona que se encontraba detrás de ella, era nada más y nada menos, que el comisario Volkov.

El chaleco ya no le parecía tan importante, pero tampoco el tiroteo en el código 3. Cerró la puerta de golpe y salió al mostrador para ver si había algún civil que quisiera interponer una denuncia, no lo había, bajó hacia los calabozos, en busca de una excusa lo suficientemente buena como para esquivar al comisario. No estaba preparado para enfrentarlo después de tanto tiempo. Entonces cayó en la cuenta de un pequeño detalle:

En realidad, él era el subinspector Dan. Y el héroe nunca había sido rechazado por un comisario, es más, ni siquiera lo conocía personalmente.

Aquel pensamiento le hizo recobrar el aliento y armarse con el valor suficiente como para regresar a por su chaleco sin sentirse patético. Se arregló la máscara y los pantalones delante del espejo de la sala de interrogatorios y volvió a la planta superior. Entró en los vestuarios, él seguía allí, pero se sentía más tranquilo. Mientras llevara la máscara de Dan, sabía que no tenía nada de qué temer.