Capítulo 1: del universo

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Años de estudios y teorías científicas habían culminado en un proyecto sumamente ambicioso. Ante un grupo de  científicos renombrados y un idiota de primera calidad dos mundos colisionaban, dos universos se tocaban, rozando sus paredes cual si estuvieran bailando una danza erótica. No se sabía si esa acción crearía un nuevo universo, y a nadie le importaba: mientras no los despertara llorando a las 3 de la mañana, su creación era irrelevante.

El antes nombrado idiota era Max, graduado con honores de la universidad y sin nada que perder, ya que la vida ya se la habían succionado los vampíricos estudios. Con un traje de protección de lo más elaborado y caro, estaba frente al portal, contemplando una luz que cambiaba constantemente de color. Tenía el casco de protección bajo el brazo, para poder comunicarse mejor hasta que llegara el momento de entrar.

—Señor  cabellos locos, puede pasar al otro lado — lo autorizó uno de los científicos, cuya calva podía verse, en un día sin niebla, a unos 3 kilómetros de distancia.

—Yo elijo no peinarme. Usted, en cambio, está obligado a no hacerlo—Repuso Max, con su mal humor matutino —.¿Alguien sabe lo que me espera en el otro universo?— atinó a preguntar.

Los científicos se miraron nerviosos entre sí: por algo mandaban al tipo terco de 26 años. Julián, el menos carismático de todos y uno de los pocos que aún tenían cabello, se atrevió a responderle.

—Una muerte casi certera. Pero te deseamos suerte y en caso de que no salgas entero pero sigas con vida te indemniza el estado.

— ¿Y si no salgo?

—Reza al dios del otro universo porque aparezcas en la Tierra, te secuestre una tribu de amazonas y tengas una vida digna como esclavo sexual.

—Eres muy alentador, Juli. Pero soy casi ateo—Max se rascó la barba de tres días, mirando fijamente al portal—, solo creo en Dios cuando no hay papel en el baño—  Max se puso el casco y profirió barbaridades por lo bajo.

Todos se sorprendieron al ver como un guante con dedos refinados salía de manera precipitada del portal. Luego, casi naturalmente, un brazo pasaba de una realidad a otra. Finalmente, una figura femenina comenzaba a cruzar el umbral para caer en el suelo. Los científicos estaban sorprendidos: nunca se les habría ocurrido que verían una mujer tan de cerca.

— ¡Me empujó, la calva hija de puta me empujó!— Maldecía ella, incorporándose y mirando alrededor desconcertada. Mientras tanto, el portal comenzaba a cerrarse: solo soportaba un viaje antes que tener que recargarse.

El calvo, llamado Rafael, estaba parado justo detrás de Max. Cabe destacar que sus intenciones no eran buenas, ni tampoco neutrales. Aunque dudaba si tocarle el culo a Max, ya que lo tenía pomposo (y en tiempos de ciencia, cualquier cola es una bola para liberar el stress).

La muchacha se sacó el casco, y para sorpresa de todos, era prácticamente  igual a Max: con rasgos solo un poco más refinados, un cabello igual de largo y revoltoso del mismo color, y esa mirada de “es lunes y odio a todos” que portaba hasta los días viernes.

Max, anonadado, se sacó el casco y se acercó a su doble femenino.

—¿Quién eres? — Se preguntaron al unísono— Max— respondieron de la misma manera.

—Interesante— se puso pensativo Fred, el jefe de la operación— Tengo una teoría, podremos confirmarla con un complejo análisis de ADN… o posiblemente una serie de preguntas sobre su vida personal.

—Mientras  no pregunten por el historial de internet, estoy de acuerdo— continuaron hablando simultáneamente.

Con el portal ya cerrado, Fred los condujo al comedor, donde había varias sillas. Se sentaron en una mesa y comenzó a hablarles

Rompiendo los límitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora