Capítulo 3: de la convivencia

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La noche se acercaba y, por supuesto, Max y Max debían dormir. El problema principal era que había una sola cama.

Los argumentos volaban como cuchillos y por suerte los cuchillos estaban guardados. Hablaban simultáneamente y sabían lo que el otro iba a decir, por lo tanto respondían a cosas que no se decían. Incluso los gestos eran iguales, por lo que para Max Y era como verse en un espejo que le refinaba la figura y le ponía tetas(a las que, por cierto, miraba cuando su contraparte se distraía). Para Max X era como verse en unos espejos que te hacen feo. Es increíble lo que un poco de testosterona puede hacerle a una cara.

—Yo debo dormir en la cama, este universo es el mío, y la cama es mía. Te guste o no, te toca el piso o el desvelo—Dio como ultimátum Max Y.

—Déjame la cama. Duermo en corpiño y te dejo ver mientras me desvisto…—Intentó sobornarlo ella.

—Sabes cómo hacer una oferta interesante, pero para el porno tengo internet.

—Esperaba que me respondieras eso. Pero tenía la esperanza de que al ser hombre fueras más… onanista.

—Somos iguales en todo, salvo en el cuerpo. Y tú me harías dormir en el piso, admítelo.

Mario observaba la escena acostado y confundido. Al ser un perro, las mecánicas universales eran desconocidas para él. Básicamente, no  conocía sobre ninguna ciencia más que la física. Los perros parecen nacer con la capacidad innata de resolver el trayecto de una pelota a una velocidad impresionante, considerando todas las variables que deben ser tomadas en cuenta. Nadie sabe lo que haría un ser incapaz de lamerse las pelotas con esa capacidad. Pero la humanidad es esa clase de especie dispuesta  a averiguarlo, y por eso tenemos cálculos para calcular el trayecto de las pelotas.

Llegaron a un acuerdo: ambos dormirían en la cama, pero a la primera que molestaran al otro se iban al piso. Era justo, incomodo, pero justo en fin.

Se metieron ambos por el mismo lado de la cama. Discutieron para ver quien se metía primero, y de tanto insistir, Max Y pudo tener el privilegio.

Lo curioso de Max es que tiene esa capacidad sobrehumana de dormir donde sea, aquella que desarrollan los abuelos de avanzada edad. Por lo tanto, y a pesar de que estaban incomodos, no tardaron ni veinte minutos en entregarse al abrazo de Morfeo.

Roncaban como hipopótamos con asma, pero al estar sus ronquidos sincronizados no despertaban al otro. Eso y una vida de costumbre hacia que la habitación fuera un lugar ruidoso pero perfecto para que cualquier Max Meridian durmiera.

Los rayos matutinos entraron por la ventana, pero ellos los ignoraron olímpicamente. Despertar a Max es, sin exagerar, una tarea ardua y sacrificada. Ese es el problema con los genios: solo sirven estando despiertos.

Cuando el despertador comenzó a dar sus gritos desgarrados  (ya que era el celular, y tenía un tema de death metal como tono de despertador) y ambos abrieron los ojos para ver los del otro. Por alguna extraña alineación de las naranjas de la verdulería con una roca en la superficie de Venus (o alguna explicación más o menos igual de absurda) estaban abrazados. En sus ojos podía verse el horror, es más, eran una biblioteca de horror.

Pegaron un grito ahogado y se empujaron mutuamente, tirándose ambos de la cama.

—Me siento como un cuervo—Dijo Max Y.

—Nunca más— Respondió Max X. ambos seguían tirados en el suelo, sin cambiar la posición con la que habían aterrizado.

—Al fin alguien que entiende esa referencia. Aunque creo que es normal porque—se quejó del dolor que el causaba el control remoto, que se estaba clavando en su muslo— eres yo después de todo.

—No soy tú. Soy la versión refinada y perfeccionada de tu persona.

—Una versión perfecta que no puede orinar parada.

—Vas a perder las pelotas… cuando me levante.

Ambos se levantaron del suelo y se dirigieron a la cocina aún semidormidos a pesar del susto. Cualquier fanático de los zombis les hubiera disparado ni bien se creara contacto visual.

Abrieron la alacena y posaron sus manos a la vez en el café. Bostezaron simultáneamente. Sus miradas auguraban la ira del propio Zeus al otro, si es que no soltaba el bendito tarro de café instantáneo.

Max Y posó su mano izquierda, que estaba libre, sobre el seno de su contraparte, haciendo que esta le encajara una buena bofetada con su mano derecha. Pero estaba todo calculado: Max X soltó el café al golpear a su contraparte.

— ¡Hoy gano yo!— Exclamó el ahora cara roja mientras se aferraba con fuerza al tarro de café.

—Debí saber que usarías ese truco tan sucio.

—Lo sabias, pero tu pudor femenino no te dejo tocarme el paquete… o eso o el hecho de que debías bajar la mano y eso te dejaba en desventaja en la disputa del café.

—Lo segundo— dijo bajando la mirada— Aparte que acabas de levantarte y hubiera sido un poco… incomodo hacerlo.

—Soy un hombre adulto, agradece que dormimos vestidos. Imagínate ver esto  en boxers.

—Probablemente debería usar un microscopio electrónico de barrido para verlo.

—Al menos no es tan desagradable como el pelo que debes tener en las axilas—Dijo él. Ella, ofendida, se largó al baño.

Max Y comenzó a hacerse el café, y entonces escuchó como comenzaba a correr el agua de la ducha.

Luego de meter la infusión al microondas para que se calentara,  fue a la mesa del comedor y prendió el televisor: quería ver las noticias matutinas del sábado, como casi todos los sábados. Lo que acabo de narrar puede que sea redundante, de no ser porque unos meses antes  y debido a un problema en la cadena televisiva, las noticias del sábado se habían pasado al domingo. Fue un día funesto para las familias que veían ese canal.

Su cara se tornó una expresión de asco al cruzarse con una noticia sobre la realidad política del país. El agua del baño seguía escuchándose y Max X estaba haciendo algo insospechado: se estaba depilando las axilas mientras se bañaba.

Cuando ella salió del baño (vestida con la misma ropa de antes), él estaba en la puerta, esperando para entrar a orinar.

—Lo sabía.

—Escúchame baboso, despreciable, inmundo,  depravado y poco masculino calco de mí; vuelves a  sorprenderme saliendo del baño y te hiervo las pelotas— Lo amenazó ella, cuyo cabello ya no parecía un estropajo. Ahora era un trapo de piso mojado.

—Sabes el chiste que haría sobre la ollita, así que ni lo voy a decir para no ganarme el golpe correspondiente.

—Lamentablemente, sí.

Ella se dirigió directo a la cocina, ya que aún quería tomar el café. Él suspiro y, mientras orinaba, se quedó observando el techo.

—Tantos universos para explorar, tantas posibilidades para explotar… y me toca justo esta— se quejaba mientras miraba como una araña cazaba un mosquito. Antes que pregunten: yo estoy del lado de la araña.

Una vez que salió del baño, Max Y retiró su café del microondas (casi se le olvidaba el asunto) y se dirigió a la habitación. Armó una vieja videoconsola que tenía guardada entre sorbo y sorbo. Puso un juego, prendió el televisor y le pego un grito a ella, invitándola a jugar.

—Nuestro juego de pelea preferido… veamos quien es mejor—Dijo ella, sorprendida al ver que el sexo de los personajes estaba invertido.

La primera batalla fue interminable: ambos utilizaban el mismo personaje, los mismos movimientos y el mismo estilo de juego. Por suerte, uno de los ataques hacía un daño aleatorio, causando que uno de los dos ganara (aunque por poco) al final de esa partida ridícula. Fue Max Y el ganador.

Y así pasaron horas: jugando  a la consola y puteando al otro cuando perdían. Por suerte, comenzaron a variar sus elecciones, haciendo peleas un poco más interesantes.

Rompiendo los límitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora