Capítulo 5: de la noche

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Max Y llegó a su casa con varias bolsas llenas de ropa: el viejo había cumplido su parte del trato. Max X había armado el equipo de karaoke de Max Y, ya que obviamente sabía donde estaba guardado. Y estaba desafinando como una vaca herida.

—Cantas hermoso—Dijo Max Y al verla moviéndose al ritmo de la música. Era un espectáculo horrible, por lo que el sarcasmo empleado en las palabras, a pesar de que parecía exagerado, era el justo y necesario.

—Gracias—Respondió ella en el mismo tono, lo que causó que olvidase la letra—¿Que conseguiste?—Procedió a dejar el micrófono y acercarse a su contraparte, que estaba tan cargado como arma de fiscal.

—Lo mejor que encontré fuer un  traje de baño con estampados de patitos púrpura.

Max X se llevó las bolsas al baño, y Max Y  fue a tirarse directo a la cama. No quería dormir, solo deseaba descansar un poco. Se puso a pensar en su trabajo: Hasta que no lo llamaran para asignarle otra tarea, su única responsabilidad era cuidar de Max X. Lo que significaba, por supuesto, tener responsabilidad sobre un ser vivo que hacía algo más que dormir y comer… quejarse.

Vestida de una manera  no muy ostentosa ella salió contoneándose del baño.

—Salgamos a divertirnos esta noche—Dijo, guiñándole un ojo a Max Y.

—Te refieres a…— La expresión de ambos se llenó de picardía.

—¡Peleas de trilobites mecánicos!—Gritaron al unísono

Max Y se levantó de la cama y tomó su credencial de miembro del “club de aficionados a las peleas de robots que representan animales prehistóricos” o CDAALPDRQRAP, por sus siglas. Extraño es el hecho de que nadie nombra al club por sus siglas.

Salieron por la puerta, a los apurones, chocándose en el proceso. Al ver la escena, Mario teorizó una fuente de energía infinita que se podría crear con   una cantidad insana de Max Meridian colisionando  entre dos puertas, cómo si fuera una estrella compuesta por millones de Max Meridian. Desgraciadamente para la ciencia, los perros aún no pueden presentar sus teorías al mundo. Pero algún día, algún día un perro sorprenderá a la humanidad. Y seguro será un perro de esos que antes de lamerse las pelotas lo piensan dos veces.

Las luces led de la calle los iluminaban desde arriba, y el reflejo en el oro de los pandilleros del lugar, desde los laterales. Pero eran pandilleros educados, no como el malviviente del centro comercial. Los macarras de ese lugar de la ciudad eran refinados, y tenían respeto por los científicos.

—Señor Meridian, veo que  tiene una doble femenina—Lo saludó con una reverencia uno de los delincuentes. Su apodo era “Cuervo” y conocia a Max desde su más tierna infancia.

—Buenas noches, Cuervo—Devolvió el saludo Max Y—. Lo de la muchacha es una larga historia— ¿Has robado algo de valor últimamente?

Cuervo metió la mano en su bolso y sacó un frasco, que contenía un feto flotando en formol.

—Hay un gran mercado para esas cosas—Acotó Max Y. Max X escuchaba en silencio— ¿Dónde lo conseguiste?

—Me lo dio Lince—Aclaró el criminal.

—¿Lince no estaba encarcelado por asesinato múltiple?

—Lo liberaron por buena conducta y ahora trabaja como mayordomo—Max y Max se impresionaron: Conocían a la persona en cuestión, y no se lo imaginaban sirviendo fino champagne. A lo sumo vino de caja.

Max Y se despidió de Cuervo  con otra reverencia y siguieron su camino. Debían llegar hasta el Coliseo Mecánico. Allí era donde las peleas del club se llevaban a cabo.

Al llegar frente a la puerta del coliseo tuvieron que hacer cola. Y era una larga, de esas en las que entras tú y llegan al final tus bisnietos. Algo así como jugar un juego de la saga “Find all fans: The sea”, pero sin el elemento adictivo y la consecuente amputación de piernas por falta de circulación.

Luego de dos horas en las que Max y Max hablaron de cosas que el otro ya sabía, llegaron a la puerta. Max Y presentó su carnet, y Max X pudo entrar como acompañante (pagando una entrada relativamente barata… con el dinero de Max Y).

El interior del lugar era magno, con sus centros de apuestas apartados, sus tribunas repletas de sillas con un diseño lleno de curvas, y con su arena que poseía una base metálica lustrada, con un brillo que rivalizaba al de los dientes de un africano.

Algunas personas creían que quien diseñó ese estadio estaba completamente fuera de sus casillas. La verdad es que como toda persona con dinero de sobra, hizo algo que brilla y causa que los pobres derrochen el poco dinero que tienen, que de otra podrían invertir en cosas útiles… y se cree que eso sería malo para la economía.

Fueron a sentarse sin apostar: ver que se habían confundido  de espectáculo les mató las esperanzas. Y es que cuando en vez de trilobites los peleadores serán tortugas mecánicas lo que vas a ver, no puedes estar muy emocionado. A menos que seas un fanático de las tortugas mecánicas.

Dos moles de gran tamaño entraron al escenario. Eran dos representaciones de Testudo Atlas, la mayor tortuga terrestre que jamás existió. Por supuesto y al vivir en Asía, no llegaron vivas hasta nuestros días. Si hubieran sido americanas puede que hoy en día continuaran siendo una fuente renovable de sopa.

A paso lento se acercaban uno a otro los rivales: el del lado rojo tenía un caparazón color  cobre, y el del lado verde uno color cromo.  Los dueños del estadio eligieron esos dos colores para los lados enfrentados a causa de que  frente a la puerta había un semáforo con la lámpara amarilla quemada,  por lo que los diseñadores no tuvieron que quemarse mucho la cabeza decidiendo los colores. Y cuantas menos sinapsis se hagan en un día de trabajo, más productivo es este.

En el momento que las tortugas por fin llegaron a tocarse, ambas se metieron dentro de sus caparazones. Max y Max estaban aburridos, pero los fanáticos de las tortugas  maravillados. Y cuando hasta unas tortugas pueden tener fanáticos, uno sabe que la humanidad está rumbo a las alcantarillas. O en lo profundo de estas.

—En serio ¿acaso esto es más aclamado que los trilobites?—se indignó ella.

—Señorita, recuerde que en las competencias no importa la competencia en sí, si no las peleas entre fanáticos desquiciados ante la primera opinión conflictiva—Dijo un anciano que se sentaba detrás de ellos.

—A veces olvido que la humanidad es básicamente una plasta de violencia e ignorancia que por su alto contenido de carbono arde a la perfección—acotó Max Y

— ¿Por qué toda la gente sabia es anciana?—Preguntó Max X, mirando al viejo.

— Porque a un joven diciendo estupideces se lo escucha,  a un anciano diciendo estupideces se lo ignora. De manera que hacemos pasar nuestras idioteces por sabiduría para que algún incauto se las trague. Y a veces soltamos verdades que todos conocen pero eligen ignorar.

—Pensé que era una cláusula de la jubilación—Dijeron los Max, indiferentes ante la respuesta del viejo.

Lo que ellos dos no sabían es que todas las dentaduras postizas del mundo están intercomunicadas, poseen microfonos, y la sabiduría es realmente un poder otorgado por la jubilación. Y los viejos guardan secretos muy celosamente. Aunque para su suerte, el anciano oyente de esa conversación desafortunada estaba cambiándole las pilas al audífono.

 La pelea acabó debido a que un espectador lanzó su gaseosa a la tortuga color cobre, escurriéndose entre sus circuitos y disolviendo los más delicados. Era gaseosa barata, de esas que se toman solo una vez antes de tu primer transplante de riñones.

El par de símiles salió del lugar desilusionado. Lo único bueno de la noche fue ver arder a la tortuga de cobre cuando entró en cortocircuito. Si hubiera explotado, la noche hubiera sido mucho mejor. O al menos eso pensaban hasta que los fanáticos de la tortuga de cobre  se agarraron a navajazos con los fanáticos de la tortuga de cromo.

Rompiendo los límitesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora