-Egoísta
-Eres una egoísta
-Solo miras por ti
-¿Los demás no importamos o que?
-Vas a tu puta bola
-Nunca das nada y nosotros te lo damos todo
-A tu bola, siempre aislada y sin preguntar nada, así te pasas el día entero
-En tu cuarto
-No me creo que tengas tanto que hacer, ya podrías estar un rato con nosotros, o ayudarnos
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Pasó el tiempo y aquella inseguridad seguía en su cabeza. No había remedio de callarla, de una manera u otra siempre estaba presente. Por eso, siempre que estaba en el instituto o con sus amigos, intentaba ser la mejor versión de sí, dar todo lo que estuviese en su mano, tratar bien a los demás la mayor parte del tiempo y ser amable. Y era un trabajo difícil, a veces hablaba sin pensar y solo ella se daba cuenta de lo que había dicho, pero se arrepentía, se arrepentía profundamente de ello y se sentía una mala persona. Midiendo siempre sus palabras, planteándose durante minutos y minutos si hablar o no, o que diría exactamente. Así vivió durante el resto de su vida, por haber estado escuchando en casa que era una egoísta desde los 7 años, que no compartía. Ahora solo pensaba en si compartía lo suficiente con los demás, si estaba siendo justa con sus actos, si era amable con los demás o simplemente era una estúpida insegura inmadura e incapaz de querer a alguien y compartir o demostrar cariño.
¿Es que nadie pensó en como se sentía ella al oír eso? ¿Nadie se daba cuenta de que cada vez que se lo decían aumentaba aquella inseguridad y pensamiento de que es una mala persona? Porque aunque el orgullo no le permitiera expresar con palabras buenas que lo sentía, ella si que lo sentía, todo el tiempo. Se arrepentía, muchísimo. Solo era capaz de defenderse gritando, con un nudo en la garganta. Las palabras era algo que tampoco se le daba bien: cada vez que hablaba las letras de las palabras cambiaban su orden sin ella quererlo ni poder impedirlo. Gran inseguridad a la que se le sumaba la de egoísta, creando así otra razón por las que no hablaba. Ni siquiera sola era capaz de hablar más de dos o tres palabras sin tener que repetirlas por haberlas dicho mal. Y hacía todo lo posible para mejorarlo, leer en voz alta en su cuarto lentamente para no equivocarse, pero no era capaz. Ella tenía la teoría de que había asumido tanto que hablar no se le daba bien, que era tímida y que se equivocaba, que ahora era imposible que lo hiciese bien. O si acaso lo conseguía, casi nadie era capaz de entender lo que decía, porque hablaba o muy rápido o muy bajito.
Al final del día, se sentía pequeñita, inferior a los demás. Sus amigos, en concreto su mejor amigo, le intentaba demostrar siempre que era más grande de lo que ella pensaba, pero ella jamás lo vio. Solo era capaz de verse defectos, tanto de carácter como físicos. ¿Y era ella la que quería ayudar a los demás, si a cada segundo que pasaba se rompía un poco más? Que ironía.
Por las noches, el insomnio no le dejaba concentrarse para poder por fin caer en la fase REM, así que se quedaba mirando al techo y recordando momentos. Comenzaba con los felices, en los que incluso se le escapaba alguna que otra carcajada. Tras estos, los vergonzosos y malos, en los que actuó como una inmadura y estúpida le vienen a la cabeza; es entonces cuando se vuelve a arrepentir de todo ello, aunque hubiesen pasado años de aquello. De aquellas personas con las que se había portado mal en un pasado y seguían en su vida intentaba mejorar o comportarse mejor con ellas. Y así siempre, midiendo palabras, intentando ser amable con todos y en definitiva, intentar tratar a los demás como a ella le gustaría que le tratasen.
En parte también lo hacía porque tenía muy presente la muerte; ¿y si esto va a ser lo último que le diga a estar persona por que mañana ya no estará? Si era a alguien que quería mucho, intentaba rectificar en el momento. No es que nadie de su entorno hubiese muerto, por suerte, pero a veces pensaba como sería su vida sin esas personas. Odiaba pensar en eso porque la ponía triste y la hacía sentirse mala persona, pero seguía haciéndolo, mucho más de lo que pudiese parecer. Extremista quizá, puede, pero uno nunca sabe que va a pasar de aquí a mañana, que nos deparará el destino.