Desdichas, P.2

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Tras varios meses en el hospital a esperas de poder recuperarme algún día, volví a casa. Mis padres habían adaptado la casa a la silla de ruedas en los ratos que no estaban en el hospital. Seguía apenada, pero no por saber que jamás volvería a caminar, sino porque mis padres se empezaban a consumir. No comían apenas, tampoco dormían mucho... Parecían dos cadáveres andantes.

Yo fui la primera en que se dio por vencida y aceptó que no volvería a caminar, ya que todos los días íbamos a rehabilitación y no sentía las piernas. Cada vez que me preguntaban, decía que las podía mover muy poquito. Solo lo decía para que mis padres no murieran de una depresión o algo parecido, aunque en el fondo ellos tampoco tenían demasiada esperanza en que yo algún día pudiera llevar una vida "normal".

Pasaron cuatro años, es decir, cuando yo tenía diez cuando empecé a encontrarme muy rara. Parecía que un cansancio constante se instaló en mí de buenas a primeras. A lo que le acompañó ir perdiendo el apetito, estar bastante mas pálida de lo normal, de vez en cuando me sangraba la nariz... Ya llevaba así un par de meses y no fuimos al médico por que siempre contaba una parte de la situación para proteger a mis padres. Pero un día la mentira se me fue de las manos. 

Cuando fui al baño a lavarme los dientes, empecé a notar un sabor extraño en la boca. Hice el esfuerzo para inclinarme y verme en el espejo, y efectivamente, me estaba saliendo sangre de la boca o las encías, aún no lo tenía muy claro. De la impresión, empecé a desmayarme hasta que perdí otra vez el conocimiento. Al ver que tardaba tanto, mis padres se asomaron y me vieron desmayada otra vez. El pánico llegó a mi padre, el cuál casi se desmaya conmigo, pero mi madre esta vez sacó coraje y supo que hacer en todo momento. Volvimos a mi pesadilla, el hospital. Me hicieron que volviera a mí y empezaron a hacerme pruebas de todo tipo. Es cuando tuve que contar toda la verdad y no a medias como llevaba haciendo todo el tiempo.

A los pocos días, los médicos subieron con los resultados de todas las pruebas. Adivinad el tiempo que hacía ese día... tormentas con truenos, correcto. El trueno sonó cuando le dieron la noticia a mis padres de que tenía leucemia, o cáncer infantil. Mi madre empezó a marearse, y empezó a convulsionar en el suelo mientras un trueno de los más fuertes que había escuchado en mi vida sonó al lado del hospital. ¿Sería el destino, que me estaba intentando dar una señal? 

Los dos años siguientes me los pasé en el hospital, acompañada de mis pobres padres que apenas pegaban ojo en toda la noche por miedo a que en algún momento de la madrugada dejara de respirar. Yo en todo ese tiempo había estado de aquí para allá por el hospital, con la quimioterapia a la que no podía faltar, y también visitaba de vez en cuando el pabellón infantil donde todos estábamos igual. Tristemente había niños de muy temprana edad que jugueteaban por allí. Aunque la mayoría eran más pequeños que yo, tenía esa sensación de miedo al rechazo por parte de aquellas criaturas, pero aún así, me armé de valor y me puse a interactuar con algunos.

Con ellos, mi peculiaridad pasaba desapercibida. Eran niños bastante más amables que solo buscaban compañía como yo, para no sentirse solos. Hice migas con tres de ellos: el más enano era Mike, tenía cinco años y llevaba ingresado desde que tenía tres años; una niña que me pareció de lo más graciosa nada más conocerla, Anny. Ella tenía ocho, y solo hacía cuatro meses desde que la ingresaron. Y el último, Iván. Lo que más recuerdo de él son sus gafas, siempre las tenía rotas y las tenía que enmendar con tiritas que las enfermeras le daban, porque según lo que me contó, un día sus padres dejaron de visitarlo. Él tenía once años. Yo en ese momento tenía doce, porque me costó más de un año tener la suficiente fuerza mental como para poder ir con los demás niños. Estaba aterrada por lo que me pudieran decir. Siempre tuve malas experiencias al relacionarme con los demás, y bueno, en general malas experiencias en todo.

Cuando el pabellón cerraba, sobre las nueve de la noche, volvía a la habitación donde mis padres me esperaban con la cena. Me recibían con los brazos abiertos, y para que mentir, con los ojos rojos de haber llorado. Después de todo el tiempo que llevaba en el hospital, seguían llorando sin remedio alguno, incluso aunque estuviera mejorando. Cuando la cena terminaba, los dos se sentaban conmigo en la cama, y me leían un cuento. Por suerte, por la noche en el hospital una enfermera pasaba una bandeja con un montón de libros los cuales ya había leído la gran mayoría. Mis padres, estaban demasiado cansados y consumidos como para diferenciar si ya me habían leído ese libro cuatro veces aquella semana, así que yo me callaba y dejaba que leyeran, hasta que se quedaban dormidos. No duraban mucho, porque un par de enfermeros volvían cada noche a las once para comprobar mis constantes y las medicinas. Cuando se iban, se volvían a sentar cada uno en un sillón y volvían a dormir, no profundamente porque al más mínimo ruido abrían los ojos, así que tenía que estar quieta y callada si quería que descansaran un poco.

Así, al comprobar que ya se habían dormido del todo, es cuando me ponía a pensar. Pensaba un poco sobre todo, sobre si algún día volvería todo a la normalidad, si algún día se darían cuenta de que llorar todos los días no les sirve de nada porque solo hace que me preocupe más por ellos y llorando no hacen que me cure, sobre si al día siguiente estaría viva... Mi mente siempre fue inquieta, y se había desarrollado más con todo este tiempo en el hospital. A veces pensaba que no me llegaría a curar nunca, que jamás sabría lo que es ser normal. Otros días, tenía aún la esperanza de poder salir del hospital con algo de pelo en la cabeza pronto. Ya hacía unos dos largos años que había perdido aquella melena castaña. No es que todos los días me sintiera a gusto al verme sin pelo, pero luego me paraba a pensar por lo que realmente estaba pasando, por el montón de niños y adultos que estaban pasando por lo mismo y dejaba de darle tanta importancia. De todas formas, sé que algún que otro día volvería a salir, y si eso ocurría, sería porque todo esto habría terminado.

El libro que nunca leímosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora