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Kyunnie era un pequeño cachorro de lobo Timber, muy bonito y juguetón.

O al menos así era para las personas ajenas a la familia Lee, ya que estos sabían muy bien lo que la pequeña criatura era, incluso el mismo Kyunnie, o mejor dicho, el príncipe Cho Kyuhyun.

El lo sabía, sabía lo que era. Sabía que era el único descendiente de la manada de lobos más poderosa que llegó a poblar aquellas tierras.

¿El último? En verdad esperaba que no.

Bueno él no sabía mucho de compañeros ni acoplamientos ni descendencia, su padre, quien era el único que podría instruirle bien acerca de aquellas cuestiones había muerto, los humanos lo habían asesinado así como a los demás cambiaformas y seres mágicos apenas comenzaron a hacerse con los territorios de ellos. Eso es lo que la familia Lee le había contado al pasar del tiempo.

A pesar de permanecer todos sus años de vida en su forma animal y su desarrollo estancado en la etapa de cría, su espíritu ancestral y su alma humana habían crecido, aunque no lo suficiente, Sí de una manera tal que le permitía comprender el lenguaje humano.

Fue así como fue capaz de comprender y asimilar varias situaciones y también sentimientos, como la alegría, la tristeza y el dolor.

Esos sentimientos los a experimentado a lo largo de los años. La alegría que le brindaba la familia Lee, desde el señor Seunghyun que fue quien lo cuidó desde el principio hasta el señor Hyukjae, quien lo cuidaba en la actualidad. La tristeza y el dolor eran causados por las mismas personas pero por circunstancias distintas. Él experimentaba estos desagradables sentimientos cuando tenía que ver morir a quienes tanto quería, quienes tanto lo querían y lo cuidaban como si fuera alguien más de su familia.

Ver a tanta gente buena dejar este mundo y él seguir atado a el esperando el momento en que su otra mitad apareciera lo hacía sentir miserable, lo único que lo mantenía era el amor y el sacrificio que hicieron sus padres para que él pudiera seguir con vida, pero había ocasiones en que, aún con su mentalidad infantil, se sentía sólo, triste y vacío, más allá de las atenciones de los Lee, aunque eso había cambiado en algo apenas nacieron los trillizos del señor Hyukjae, los pequeños Donghae, Sungmin y Ryeowook.

Algo dentro de él le gritaba que uno de esos niños era especial para él, probablemente y con algo de suerte, su otra mitad, por la cuál había estado esperando dos largos siglos.

Lee Hyukjae estaba feliz y triste a partes iguales por motivos diferentes.

Su felicidad radicaba en que Soonkyu, su amada esposa, lo había llenado de orgullo y alegría al regalarle la gran bendición de ser padre de trillizos. Tres pequeños hombrecitos que colmarían su vida de luz y color.

Donghae, su primogénito era un castañito realmente lindo pero muy inquieto, desde la primera noche les dio guerra ya que no parecía poder dormirse jamás.

Sungmin, él que seguía al pequeño Hae, era un bebito pelinegro y regordete, con piel blanquísima y mejillas rosaditas, tranquilo y dormilón, tanto que parecía sólo haber dos niños en su habitación.

Ryeowook era el más pequeño de los tres, no sólo por minutos sino también por tamaño. La castaña, tierna y vivaz criaturita bien podría haber cabido en una caja de zapatos, al ser el último en nacer sus medidas y su peso eran mas bajos que los de los dos primeros pero eso lo compensaba con un par de fuertes pulmones y un agudísimo llanto que alertaba a sus padres de su inconformidad sin importar en qué parte del castillo se hallaran.

El guardián perfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora