CAPÍTULO PILOTO

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La última vez que Iruka tuvo trabajo fueron nueve meses en la producción de una serie de época, con cientos de localizaciones y decorados, un trabajo difícil pese al gran equipo de arte que tenían, y desgraciadamente todos habían tenido que hacer más horas extras de las que debían, lo cual se traducía en falta de descanso y poca (muy poca) vida privada.

A cambio cobró tan bien que tras todo ese tiempo de desconexión con cualquier cosa que no fuera el trabajo en la serie, tomó la decisión de darse unas vacaciones para descansar y rehacer su vida con calma. Y así fueron las vacaciones hasta el punto de que con la tontería ya llevaba seis meses de paro y el dinero le empezaba a escasear. Por muy ahorrador que fuera, las facturas y el alquiler de un piso para uno solo no le permitían muchos más lujos, y sumado a un par de viajes que se permitió hacer, su cuenta bancaria empezó a vaciarse en los dos últimos meses hasta límites serios.

Fue entonces cuando Sarutobi, uno de sus mejores jefes, le llamó para trabajar durante tres meses como refuerzo en el equipo de atrezzistas de uno de los programas más famosos de LaHojaTV. Aceptó sin pensárselo dos veces. El viejo Sarutobi parecía tener un olfato especial para saber cuando Iruka necesitaba trabajo, o eso pensaba él, porque cada vez que estaba mal de dinero le llamaba como por arte de magia.

—¡Claro que sí! ¡Muchísimas gracias por pensar en mí una vez más! —Le pilló en el desayuno y casi se le escapa el café por la nariz cuando vio su nombre en la pantalla del teléfono.

Al otro lado de la llamada sonó una risa vieja y alegre.

—Pues claro que pienso en ti, Iruka , eres bueno... Tranquilo, que no te va a faltar trabajo...

En ese momento incluso saltó de la emoción tras colgar el teléfono. Había tenido mucha suerte de encontrarse al viejo Sarutobi en su primer trabajo, con apenas 22 añitos recién salido de la carrera. Cuando este lo vio trabajar, tan joven y con tantas ganas no dudó en quedarse su contacto y siempre que podía lo enchufaba en algún proyecto. Era algo así como su padrino en el mundillo.

Siempre era así, siempre lo acababa haciendo bien porque se le daba bien. Pero siempre empezaba a sentirse inseguro justo antes de cada trabajo hasta el punto de que se pasaba toda la semana anterior sin dormir bien, quedándose hasta tarde pensando en cómo iba a ser aquel nuevo trabajo, si se iba a llevar bien con los compañeros, si iba a saber estar a la altura de las responsabilidades. Siempre igual. Con solo 26 años ya tenía un recorrido importante en el mundillo, pero todavía era siempre el más joven cada vez que empezaba un trabajo nuevo, y eso le ponía aún más nervioso.

—Cállate ya... por favor...

Así que nada, ahí estaba Iruka, ronroneando súplicas con un hilo de voz ronca, envuelto en su edredón con un brazo fuera para apagar el despertador que sonaba por tercera vez aquella mañana.

Hizo un esfuerzo enorme por salir de la cama en aquel frío día de octubre. Se duchó para terminar de abrir los ojos, se vistió, desayunó un café deprisa y agarró su mochila preparada con una muda por si le tocaba construir o pintar algo de último momento. Salió escopeteado para coger el coche y media hora de tráfico después estaba aparcando, con un golpe de suerte caído del cielo, en la puerta del edificio principal donde estaban las oficinas y los platós de aquel inmenso monstruo televisivo que se llevaba el 80% de la audiencia de la pequeña pantalla todos los años. Su cochecito rojo, pequeño y viejo destacaba con modestia entre todos los cochazos de gama alta de los ejecutivos y altos cargos que había en aquella super productora. Él se había tenido que comprar el suyo de segunda mano tras entender que entre las exigencias de su trabajo estaba incluida la de tener un coche que te llevase a cualquier lugar en el que se pudiera meter un equipo de rodaje, así que no le quedó más remedio que romper su hucha y buscar lo más barato del mercado.

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