𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐔𝐍𝐎

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🙶revestida de azul




                𝕮aminar lentamente hacia el abismo al igual que dejarse deslizar por la corriente de un río es satisfactorio al dejar que el alma se asfixie sin hacer esfuerzo para detener lo inevitable, pues el transcurso es siempre pésimo para cualquiera, pero lo es aún más para mí. No hay cómo cortar de la raíz la sed insaciable entre mis huesos de evocar en todo lo destructible, pero soy algo más que un botón sensible esperando a ser oprimido. Me asemejaría más a la palabra angustia con todo y cada uno de sus sinónimos posibles.

Hay algo molesto al inicio de los días lunes que se basa en la gran acumulación de polvo, el viento húmedo o la cavidad hueca donde despojo mi cadáver. No hablo lo suficiente de lo complejo que es arrastrar los pies fuera de la cama en épocas invernales o los períodos en donde el calor es enfermizo. No es calidez lo que busco para apoderarme de ello completamente. No es eso lo que me encadena de los huesos, pues las sábanas siempre se mantienen frías a pesar de cómo esté el clima afuera.

En la esquina, al costado de mi armario, hay un sofá marrón típico de los años ochenta. Hay tantas manchas en él como diminutos agujeros. Suelo tirar las prendas que voy a utilizar al día siguiente sobre el cojín, aunque hoy solo está mi cámara y mi libreta cerrada encapsulando un lapicero. La tela indesgastable, atemporal y aburrida se acentúa ante la falta de iluminación por las ventanas con las celosías cerradas. Pero, ¿por cuántos años ha estado observándome despertar con una mueca en el rostro? Ah, si tuviese una boca con la que exclamar todas las vulgaridades que contendría creo que no me harían falta más razones para huir de este departamento.

Hay algo infinitamente oneroso al inicio de los días lunes, pero hay algo mucho más hondo e inexplicable en el hecho de querer hacer hablar a un objeto intocable a la vista de cualquiera no acostumbrado al olvido material. Más allá de todo, rozando su aspecto y siguiendo de largo como de costumbre, hay muchos cuadros al costado de la estantería que exprimen la sangre de mi atención. Le llamo «Yuanfen». El arte escurriéndose en simples papeles para tratar de igualar un par de huesos ajenos con tinta barata.

Un ruido irrumpe el mutismo. Me levanto de la tumba y una gran nube de polvo se mece a mis pies. Guriko Hasegawa se acordó de que una inquilina no ha pagado el hospedaje mensual en el departamento, por lo que sé que la persona que toca el timbre con insistencia es él. A veces solía olvidarlo. En realidad, tengo el dinero necesario para girar el pestillo y vomitarle el puñal de billetes en las palmas. Nunca me ha sobrado como alguien avaricioso. No obstante, me alcanza para sobrevivir sometiéndome a una intermitente hambruna que no gira alrededor de otra cosa más que un mero gusto insensato.

El timbre sonará durante quince minutos seguidos si no salgo a dar la cara con el bollo de billetes listos. De no asomarme —sosteniéndome de sus advertencias— llamará al encargado principal del complejo departamental para que me haga una desagradable visita. Por supuesto que jamás he llegado hasta ese punto. Es más que claro que estoy negada a que alguien más que no sea yo camine con confianza por estos pasillos o, peor, que un ente extraño observe el Yuanfen como si fuese una obra más en un museo horrendo perdido entre las ciudades. 

—¡Reiko! ¡Paga la maldita cuota! ¡Sé que estás ahí adentro! —grita desde el otro lado de la puerta. Su voz suena apagada cuando nos separa una considerable distancia. Se me hace un chistosa en cierto punto, pues a medida que eleva el tono de la voz las cuerdas vocales le van cortando las palabras.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄 𝐒𝐓𝐀𝐋𝐊𝐄𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora