𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐒𝐈𝐄𝐓𝐄

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❝agonía voluptuosa❞


                   𝕸i cuarto huele a un papel repleto de palabras que luchan por subsistir. Mis letras son lágrimas inmortalizadas entre los pocos versos abarcando la totalidad de una vieja libreta. Cada pequeñez abarca una grandeza insondable. Hace tiempo he dejado de escribir para mí porque mis manos le pertenecen a un nombre en concreto. Me duele la cabeza de estar esperando una respuesta que en el fondo sé que nunca va a llegar. Aún digo que lo quiero, aunque no esté aquí, aunque sea tan imposible como besar un fantasma. Repito su nombre como una promesa que se esfuma en cuestión de segundos.

Mi cuerpo tiembla y a duras penas soy capaz de sostenerme de pie. Me palpo el rostro con las yemas de los dedos, queriendo saber si aún sigo aquí, pero me da la sensación de estar tocando una cáscara vacía. El reloj casi marca las cinco de la tarde, pero dentro de mí el ambiente comienza a oscurecer. Quiero pensar que quizás este no es el momento, el lugar, el tiempo ni la forma para poder estar con él. Tal vez debería seguir refugiándome en la palabra «paciencia».

¿Se puede amar con el alma vacía? Si Levi Ackerman me partiera el corazón en dos, probablemente se encontraría con él mismo dentro; intacto, porque a pesar de que yo estoy hecha pedazos, sigo protegiéndolo con lo último que me queda. Soy un farol negándose a dejar que su pequeña llama se extinga dentro de su torso. Me encuentro con ojos sin vida, vacíos, consumidos por el dolor y la pérdida. Siento el veneno del odio esparciéndose lentamente por mi cuerpo. Me odio por haberme engañado. Odio al mundo por haberme hecho cruzar camino con alguien que me coloca un filtro mucho más transparente del que tenía encima. Pero, sobre todo, odio no poder odiar al hombre que me ha causado toda esta desgracia. Odio todos aquellos repulsivos libros de poesía en los que alguna vez encontré comprensión. Odio todos los poemas que he escrito y que a nadie le importan. Odio una existencia entregada al engaño y a la mentira. Odio cada segundo que me ha robado y cada aliento desperdiciado en suspirar su nombre.

Me mira sin pestañear, justo como se mira a un extraño. Yo lo sigo buscando con las manos en una oscuridad vasta, en un vacío tan extensivo en el que no existe la derecha o la izquierda, pues cada rincón se ve igual. 

Pronto me veo caminando por los pasillos del departamento tanteando algunas prendas de ropa. Me tomo mi tiempo sabiendo que Armin me esperará todo lo necesario al otro lado de la calle. Es un sentimiento estúpido, pero me da vergüenza que me vea de frente cargando conmigo una notable expresión de aflicción. No tengo certeza del tiempo una vez destrozo la soledad de las calles con mi lento caminar. No alzo mi rostro hasta que llego al lugar indicado. Ahí está, esperándome con una libreta de cuero marrón debajo de sus brazos y, por supuesto, una sonrisa cargada de algo que, dirigida mí, podría cuestionarse si es una de felicidad.

—Hasta que vienes —dice.

—Estuve ocupada con unas tareas —miento.

—¿Ah? ¿Han dejado tarea? —pregunta extrañado.

—No, solamente he estado organizando unas cuántas fotografías.

—Oh, entiendo. Reiko, será mejor que nos apresuremos antes de que se largue a llover. ¿Has visto el cielo? Y te vienes un poco desabrigada. En mi mochila tengo un paraguas. Podemos compartirlo si el tiempo no nos acompaña esta tarde. 

—Sí...

—¿No le hablarás? —me pregunta Armin sin dejar de caminar.

—Te he dicho que lo pensaré, pero sabes que el asunto es un poco complicado.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄 𝐒𝐓𝐀𝐋𝐊𝐄𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora