𝐂𝐀𝐏𝐈𝐓𝐔𝐋𝐎 𝐎𝐂𝐇𝐎

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sombría, donde las cenizas y el polvo adquieren su luz❞





                   𝕳ydra tiene su despacho en un escritorio que ocupa la esquina del edificio interior en el Pabellón Norte. Su escritorio estaría vacío de no ser por la compañía de un ordenador, el vaso de un café medio vacío, y un manual de informática. Su escritorio, a comparación de otros que haya visto, no respira ningún aire de pulcritud y meticulosidad obsesiva. Pienso que Hydra destila, a su pesar, aires de mujer poco encantadora. Suele ser de esas que encandilaban a Fermín cuando aparecían a altas horas de la madrugada frente a su bar favorito, bañadas en tonos de luces imposibles, con una aureola blanca a sus espaldas proveniente de los postes.

—Puedes irte. Las notas se subirán la semana próxima —dice con lentitud y poco agrado.

—Bien... Si eso es todo me iré a casa —digo tontamente, con la excusa de llenar este silencio tenso y sepulcral.

La soledad que desprende de mi cuerpo me quema; quizás dejo cenizas detrás de mis talones cuando infecto el campus con mi presencia lúgubre. No me doy la vuelta para comprobarlo. Sin embargo, a unos cuántos metros de mí hay un pequeño grupo de chicas hablando de asuntos triviales. Tienen bufandas gruesas en sus cuellos que me recuerdan que el mío está exponiéndose descabelladamente a la curiosidad del viento.

—Según tengo entendido, él se vio envuelto en un conflicto por su novia. ¿Saben por qué?

—Mi hermana supuso que por algunos de esos amigos de la infancia que siempre vuelven en los momentos menos oportunos —dice una de ellas.

—El amor le está nublando la cabeza...

—¿Y qué me dices de ti?

Una chica rubia sonríe con tristeza.

—¿De mí?

—Él te gusta, ¿no?

—Hace diecisiete años me hago esa pregunta... pero sí. Me gusta desde pequeña... pero tal vez no es nuestro momento.

Tal vez ese momento jamás llegue para algunos de nosotros. Devuelvo la cabeza hacia el camino que seguía como un ciego desorientado. Me acerco al rincón de siempre, cerca de la universidad que me atrae como un imán. El viento se estampa contra mi rostro como si quisiera intentar leerme. ¿Cómo le explicaría que dentro mío hay solo un hueco insondable? Hay letras que burbujean significados indescifrables incluso para mí. La soledad suele ser ligeramente agradable cuando me hayo dibujando en un telón oscuro el contorno de su cuerpo. Si Levi Ackerman me mirara sabiendo que estoy a punto de morir, me pregunto si se arrancaría flores de los huesos que alumbren mi féretro ambulante.

—¡El viejo murió! Estaba convencido de que no iban a poder completar la misión —exclama Jean con los brazos por encima de la cabeza—. Además, ha salido un nuevo adelanto del siguiente capítulo. Al parecer harán una emboscada al terreno enemigo.

—¿Te entretienes con eso?

—Es que eres aburrido, Levi. Por supuesto que nada de lo que digamos te parecerá entretenido —bufa.

—No soy una persona aburrida, es solo que ves pura mierda en la televisión.

—¿Alguna vez dejarán de pelear?

—Miren que suelo hablar bastante, pero ustedes dos me tienen cansada peleándose por la misma cosa cada mañana —dice Hange con una mueca pequeña.

—¡Hasta que llegas, Kaori!

—¡Hola! Lo lamento, he tenido que entregar unos trabajos de última hora.

𝐋𝐈𝐓𝐓𝐋𝐄 𝐒𝐓𝐀𝐋𝐊𝐄𝐑 | 𝗹𝗲𝘃𝗶 𝗮𝗰𝗸𝗲𝗿𝗺𝗮𝗻Donde viven las historias. Descúbrelo ahora