Un problema invisible

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Los guardias siguieron a Eulette volando tras ella, en dirección a su casa. Era un día nublado con una brisa fría y húmeda que daba la sensación de un viaje eterno. Eulette ya deseaba recibir el cálido resibimiento de sus padres; un calor reconfortante que la hiciera olvidar lo que había sucedido.
Al estar aterrizando en el área de la casa de Eulette, se podía ver a los padres de esta juntos, parados a su espera frente a la puerta. Ella aceleraba su vuelo hacia ellos, abrazandolos en su descenso. No hubo palabras durante largos segundos.
—Mamá, papá...Lagrimas querían salir de sus ojos. Los guardias sólo retrocedían unos pasos, callados con una mirada fría.

—Querida... Sabemos lo que pasó. Decía Samay. Ambos la tomaban de las manos, con una sonrisa leve, pero, la vista de su hija estaba baja.
Si la noticia había llegado hasta ellos, era seguro que su reputación en las elecciones fue afectada. Los rumores se saben en todas partes.

—¿Qué pasa, hija? Resaltaba preocupado Brais.

—Necesito contarles lo que paso. Su seriedad empezaba a aterrarlos un poco.  Mientras tanto, ella caminaba hacia dentro de la casa, dejando perplejos a sus padres. Era obvio que algo no andaba bien.
Los guardias decidieron quedarse , a pesar de solo tener que acompañarla.

—Em.. Se miraban, confusos ¿Qué pasa, hija?

—¿Hay... Algo que habrán olvidado hacer? Su vista en ellos era débil, de verdad se sentía triste. No sabía a ciencia cierta si las cosas volverían a la normalidad.

No sabían a qué se refería, pero estaban seguros que tenían que ver con lo que pasó.
—Qué yo recuerde, no... Su madre decía insegura, pero su padre empezaba a ponerse nervioso.

—El hecho de que un místico me haya perseguido toda la competencia...La voz se le quebraba.  Debió ser mucho.

—¡Losiento! No fue nuestra intención... Grito inesperadamente Brais, con una expresión asustada.

¿Qué-e? ¡De qué hablas papá! Eulette lo tomaba de sus hombros.

—Nos confiamos demasiado. Apoyaba su frente con su mano, volteando apenado. Su mamá decidió levantarse a aclarar las cosas.

—Verás, tu padre y yo encontramos algo de la Vigilancia... En uno de los pasillos de la casa.

—¿Dijiste de la Vigilancia? No puede ser... Eulette se debaja caer en aquella suave silla de pelaje, parecida a un sillón.

Los guardias, que en ese instante oían a espalda de su puerta, decidieron ya haber tenido información suficiente.

—Y, tu sabes que malentienden todo... No queríamos perderte, Eulette. Se incaba frente a ella. Sabes lo duros que pueden llegar a ser. Fuiste suertuda en que no te desterraran...

—¿Y-y donde esta esa cosa? Se levantaba repentinamente, buscando inquieta en los muebles de su alrededor.

—La última vez que la vimos la enterramos en nuestro jardín. Señalaba Brais, más calmado que antes, pero aun angustiado.
En cuanto lo mencionó, su hija salió corriendo hacia el. Ellos la seguían, juntando instrumentos para excavar la tierra.

Parada, detenidamente veía la tierra con molestia.
—¿Exactamente donde lo enterraron?

—Aquí. Brais encajaba un largo instrumento de madera con un fino pedazo de metal en su punta.

—Es hora de entregarlo... Suspiraba Samay, antes de ayudarlos con lo mismo.

Pasaron unas horas tratando de encontrarlo, pero considerando que habían pasado años desde que lo hicieron, las posibilidades fueron pocas. Al final, tomaron un descanso para comer algo. En ello, Eulette les contaría como fue que llegó hasta los límites con los okapia, rompiendo el silencio incómodo.

Aprendiendo en el vuelo. La historia de una arnabaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora