15. Reencuentro

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Juvia

—¿Jellal? —no puedo evitar sonar y lucir más que sorprendida en cuanto lo reconozco. Nunca me había encontrado con él fuera del lugar en el que solía vivir, lo último que esperaba era verlo aquí.

—Hola —saluda con una media sonrisa—. ¿Qué haces aquí?

—Podría hacerte la misma pregunta, no pensé que te gustaran los sitios así —no pretendo evadir su pregunta, pero lo hago, sigo sin procesar del todo que esté aquí.

—No tienes idea de donde estás, ¿verdad? —Frunzo el entrecejo, confundida. Pensé que la respuesta a eso sería evidente, pero el tono y expresión con que lo dice me hace pensar que no podría estar más equivocada. Sin que tenga que responderle nada, él continúa—: Sígueme, arriba podremos hablar bien.

Ahora mismo el caído tiene toda mi atención, así que lo sigo sin rechistar. Luego de que un tipo enorme nos permitiera el paso, subimos las escaleras al segundo piso; el espacio es aproximadamente la mitad que abajo, pero aquí todo está bastante más tranquilo y las personas no se amontonan tanto, además que la música ya no se escucha tan fuerte, cosa que ya no hay necesidad de gritar para ser escuchados. Entonces me siento frente a Jellal en una pequeña mesa junto a una baranda desde la que se puede ver a la perfección el primer piso.

—Voy a suponer que este no es una discoteca normal —me atrevo a adivinar—. ¿De qué se trata todo esto?

—Estás en lo correcto —asiente—. Solo intenta disimular un poco; el caso es que la mayoría de los que vienen a Sabertooth no son humanos, es más, la mitad de ellos ni se esfuerza en disimularlo, te darías cuenta solo con fijarte un poco.

—Y-ya veo —digo, porque es lo único que se me ocurre en mi intento por no lucir muy sorprendida ¿Cómo terminé metida en esto sin darme cuenta? ¿Por qué la protección esa no funcionó con mis amigos para evitar que vinieran?

—Desde aquí puedes mirar tranquila, entenderás lo que digo.

No tengo muchas ganas de enterarme de todo lo que me rodea, pero de igual forma obedezco.

Yo y mi maldita curiosidad.

Igual que antes de encontrarme con Jellal, a simple vista no consigo distinguir nada fuera de lo normal, sin embargo, la cosa cambia cuando noto algo anormal tras una chica, ¡tiene una cola! Ojalá eso fuera lo único extraño, pero todos los que la rodean lucen más extraños a cada segundo que veo, como en ese efecto que entre más miras algo es más extraño y comienza a incomodarte; orejas puntiagudas, cuernos, y lo que creo que son escamas saltan a la vista de un momento a otro, ¿Cómo es que nadie se da cuenta de nada?

—Parece que ya comprobaste que es cierto —la voz del chico de cabello azul me trae de nuevo al aquí y al ahora—. Caídos, brujos, vampiros, demonios, aquí se reúne todo en lo que puedas pensar.

—¿Demonios? —la pregunta se escapa de mi boca sin que la pueda procesar—. ¿Cómo es que los dejan pasar como si nada?

—No te preocupes, no son un riesgo para ti, ni para los mortales que vienen a diario —intenta tranquilizarme, pero está lejos de conseguirlo, no quería saber nada sobre demonios por el resto de mi vida—. Los que frecuentan son en su mayoría íncubos o súcubos que quieren experimentar con humanos, el máximo daño que hacen es romperle el corazón al humano con el que se hayan acostado, desapareciendo la mañana siguiente.

—¿Y qué pasa con el resto? —no es que me sienta cómoda con las intenciones de los nombrados, pero admito que es algo que los mismos humanos hacen, así que no son un riesgo en realidad —¿Alguien como... como END podría venir? —al pronunciar ese nombre siento un escalofrío recorrerme la espalda, pero me las arreglo para permanecer firme, o al menos es la impresión que tengo.

Ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora