Prólogo

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«Quien con monstruos lucha, cuide de convertirse a su vez en monstruo. Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti»

~Friedrich Nietzsche



—¿Tienes algo que decir en tu defensa? — preguntó una pelirroja, apuntándole con una larga y afilada espada

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—¿Tienes algo que decir en tu defensa? — preguntó una pelirroja, apuntándole con una larga y afilada espada. Sin embargo, no obtuvo respuesta alguna. No hubo más que una mirada apagada en los ojos grises del chico.

Las miradas de todos estaban sobre él, pero le importaba poco o nada. En realidad, tampoco le importaba estar encadenado, de forma que no tenía oportunidad alguna de defenderse de cualquier ataque de la chica frente a él, aquella que había sido su amiga desde que tiene conocimiento, pero que ahora lo veía como si no lo reconociera.

—Nos has traicionado— sentenció, aunque sus ojos cambiaron de color a dorado intenso. Con esto, él supo que no eran palabras de la chica, Anksheram la usaba para hablarle. —Y sabes que solo existe un castigo para tal acción—. El ángel de cabello negro se limitó a bajar la mirada antes de fruncir el entrecejo y apretar los párpados con fuerza, sabía lo que le esperaba. Entonces la pelirroja, volviendo a tener control sobre su voz, lo llamó por su nombre por primera vez desde que se descubrió lo ocurrido. Por otro lado, él permaneció sin cambios. —Esto me dolerá más a mí que a ti— dijo, levantando su espada sobre su cabeza, preparándose para dar el primer corte.

"Sí, seguro" pensó con sarcasmo el chico con el torso desnudo.

Cerró sus puños con tanta fuerza, que sus uñas se clavaban en sus palmas, mientras que sus nudillos se tornaban blancos.

Esperó varios segundos que le parecieron una eternidad, antes de sentir una ráfaga, rápida como el sonido, un momento antes de sentir el mayor dolor de su inmortal vida.

Por mucho que lo intentó, le fue imposible reprimir un desgarrador grito que le quemó la garganta cuando la sangre comenzó a brotar por montones de su espalda. Era un dolor incomparable al que experimentó cuando se hizo cualquiera de las cicatrices que hay sobre su piel. Y lo peor, es que sabía que faltaba otro corte igual al anterior.

Con la respiración agitada, le dirigió una mirada suplicante a la chica frente a él. Suplicaba por una piedad que no recibiría, pues su destino no estaba en manos de ella, tan solo cumplía su deber, uno que debía cumplir, aunque no estuviera de acuerdo.

Una vez más, levantó su espada y, sin previo aviso, dio el segundo corte, provocando un grito aún más ensordecedor que el anterior.

Entonces dejó de ser consciente de su alrededor, lo único que ocupaba su mente era el inmenso dolor en su espalda, ni siquiera le importaba estarse desangrando, tampoco que alguien le arrastrara por el suelo, tirando de las cadenas que aprisionaban sus manos. Tampoco se molestó en tratar de comprender las últimas palabras que le dirigieron antes de arrojarlo al precipicio.

Despertó confundido y desorientado, no recordaba hasta que una intensa punzada de dolor le hizo ser consciente de la situación

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Despertó confundido y desorientado, no recordaba hasta que una intensa punzada de dolor le hizo ser consciente de la situación. Supo que estaba pagando por lo que hizo, supo que no volvería a su hogar, supo que a partir de ese momento estaría condenado a vagar por la tierra hasta el día del juicio final.




Ángel caídoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora