Reminiscencia de dolor I

95 5 3
                                    

# 14 de Abril de 1485 #

Los primeros rayos de luz provenientes del Sol se colaban por las moradas cortinas de lino de la habitación, que impedían ver la naturaleza tras la ventana.

La estancia, impasible ante la brisa primaveral del exterior; cobija en su interior a un joven de unos quince años, que duerme plácidamente en su cama arropado con una manta de tela que representa el escudo familiar de los Corvo: un cuervo negro con las alas desplegadas, y tras este la luna llena.

 Su habitación aunque modesta, se sitúa en la primera planta de una mansión en la que convive con sus dos hermanos y sus padres; localizada no muy lejos de Circatta, su ciudad natal y capital de Daphos.

La tranquilidad, que yace gobernando la estancia; es perturbada por el abrir de la puerta que da a la habitación. Tras esta, la figura de una mujer de unos cuarenta años de edad; irrumpe en la alcoba. Se acerca de forma silenciosa al lecho y durante unos segundos observa al joven que allí se encuentra, haciendo que sea inevitable esbozar una sonrisa al verle descansar.

- Fernando, es hora de levantarse -. Susurró la mujer.

El adolescente abrió con parsimonia los ojos, para encontrarse con el rostro de su madre.

- ¿Ya.. ya amaneció? - Preguntó el muchacho mientras se frotaba los ojos.

- Sí, y no hay tiempo que perder. - La madre se acercó a la gran cortina que se situaba a la derecha de la cama y la abrió de par en par -. ¿Estás nervioso?

- Un poco la verdad. Tengo ganas de ver si soy digno o no del Don de Daphasio.

- Tu hermano Leonardo estaba igual que tu, y mírale ahora.. está hecho todo un Hostigador. - Dijo la mujer al abrir el ventanal que se ocultaba tras la gran cortina -. Te esperare junto a tu padre y hermana en el comedor.

El muchacho asintió a su madre, que cerró la puerta tras de si; se sentó en la orilla de la cama, y toco con sus pies las frías losas de piedra, para acto seguido levantarse y acercarse a la ventana. 

Contemplo un hermoso prado verde que se extendía al igual que un camino de piedra a lo lejos, pasando por los campos de cultivo que terminan alcanzado la orilla del río Fluchiaro, donde el arroyo de este, que rodea las altas murallas de la ciudad se divide en varios afluentes que tienen como destino el mar que rodea al reino y sus cuatro islotes. 

Tras contemplar dicha imagen, se acercó al armario hecho con madera de roble situado a la derecha del ventanal, y cogió las prendas que tanto él como su familia, están acostumbrados a vestir: una blusa blanca de seda, bajo un chaleco de cuero negro, en el torso; un pantalón negro del mismo material que la blusa, en las piernas; y unas botas de cuero negro, en los pies.

Al terminar de vestirse, se acercó al espejo, y acicaló rápidamente su  media melena castaña de una tonalidad oscura; para acto seguido salir de su habitación. 

Recorrió el pasillo decorado con varios cuadros de Oliver Moreau, un artista de renombre proveniente de Praigrie y un viejo amigo de la familia. Se acerco a las escaleras, bajó los peldaños de piedra de esta, y llegó al rellano. Lugar donde torció hacia la izquierda para atravesar un arco de mármol y entrar en el comedor.

Una vez dentro, pudo observar como sus padres se encontraban comiendo en silencio, igualando la parsimonia retratada en los distintos cuadros familiares que ocupan las paredes hechas de arce de la estancia. Sin embargo, su hermana que no probo bocado como de costumbre por esperar a su hermano gemelo, esbozó una sonrisa al verle entrar y agarró su tenedor con la mano derecha.

- ¿Has dormido bien Fernando? - Pregunto su padre, un hombre de pelo canoso, de no mas de cuarenta y cinco años de edad, con el rostro curtido y una cicatriz en la mejilla izquierda.

Crónicas de Euphora I - Los cuervos de DaphosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora