Capítulo 1.

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Creo que empezaré por el principio. Yo solía vivir en Londres, en un piso cerca del centro. Iba a un buen instituto. Tenía dinero. Desde fuera, cualquier persona podía pensar que lo tenía todo, y sin embargo a mí me parecía que no tenía nada. Mis padres nunca estaban. Apenas los veía y cuando lo hacía eran pocos minutos, porque siempre tenían que irse de nuevo.

Físicamente, destacaba. No por ser muy guapa o muy fea, sino porque era yo. Me vestía como me venía en gana, hacía lo que quería sin importarme la opinión del resto. Mi pelo era de un color diferente cada mes, cada cual más llamativo, aunque cuando se produjo mi muerte lo llevaba teñido de rubio.

Mi vida social era muy buena. Tenía amigas, aunque después de mi muerte comencé a dudar que fueran realmente mis amigas, en lugar de solamente conocidas.

No tenía novio porque no quería tenerlo.

En el instituto, no estaba en el grupo de los populares, pero tampoco era una marginada. Yo era el prototipo de chica rebelde, a la que no le gustaba estar etiquetada en un determinado grupo social. Ese hecho me había hecho ganarme algunas amistades, aunque también varios enemigos, y el principal había sido siempre Louis Tomlinson.

A pesar de que mi vida parecía perfecta, yo sabía bien que no lo era. Había acabado por entrar en una depresión y no había conseguido salvarme sola. ¿Pedir ayuda? Yo era demasiado orgullosa para admitir mi debilidad.

Cuando cumplí los 16 años, me suicidé. Un bote de pastillas, una cuerda, una navaja, una pistola… ¿Importa algo el método que usé? El punto es que lo hice.

Como todos, yo pensaba que iría al cielo, al infierno, que me reencarnaría y tendría una nueva vida, bonita y feliz, o que simplemente no habría nada. Pero aquí estoy un año después de mi muerte.

Me llevó un tiempo acostumbrarme a esto. Andamos como personas normales por la calle, pero nadie nos ve. Nuestra apariencia cambia, crecemos como si aún siguiésemos vivos. Me llevó un par de meses conocer a alguien dispuesto a hablar, ya que la mayoría de almas perdidas pasaban la eternidad quejándose de su existencia, esperando a ser olvidadas por su vínculo.

Todo esto de los vínculos y las almas perdidas me lo explicó Edward, otra de esas almas, el primero que se dignó a cruzar una palabra conmigo. Era un año mayor que yo, muy risueño si tenemos en cuenta que había tenido un accidente de tráfico en el que había muerto hacía más de dos años, y su vínculo era la que había sido su novia mientras aún vivía. Tenía el pelo rizado, castaño oscuro, casi negro, ojos verdes y unos hoyuelos que aparecían con su sonrisa y lo hacían ver adorable. En esos diez meses que llevábamos conociéndonos, habíamos creado algo así como una amistad, a nuestra manera, claro.

Lo más importante, fue que Edward estuvo a mi lado cuando descubrí quién era mi vínculo, porque de no haber estado él, probablemente me habría vuelto a morir, si algo como eso es posible, pero esa vez habría sido de un infarto. No es fácil enterarse de que la única persona que te ata a la tierra tras tu muerte es aquella que te ha hecho pasar tantos malos ratos en vida. Y, desde luego, no fue fácil para mí enterarme de que mi vínculo era el mismísimo Louis Tomlinson.

Louis era el prototipo de niño popular en cualquier instituto pijo de Londres, y yo había tenido la desgracia de tenerlo en el mío. Tenía el pelo castaño, semi-largo y alborotado, aunque quizás eso se debe a que nunca se peina. Sus ojos eran azules y dependiendo de la luz variaban desde un azul cielo hasta uno muy oscuro. Cuando sonreía se le hacían unas arruguitas en los costados de sus ojos. No tenía un cuerpo escultural, pero era delgado y estaba bien formado, y llevaba algunos tatuajes, tanto en el pecho como en uno de sus brazos.

Almas perdidas. |L.T|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora