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La vi y se me atoró el aliento en la garganta, si es que eso es posible ya que es aire y mi garganta no está cerrada al vacío. 

Su pelo rubio ondeaba, como si tuviera un ventilador delante a lo Paulina Rubio, y la cadencia en sus pasos la hacía ver como si fuera a cámara lenta.  

Simplemente me hipnotizó, y no desperté de mi ensoñación hasta que llegó a mí. 

—Hola, soy Keit —se presentó tendiéndome la mano. 

Me sorprendí, porque no era habitual ese nombre por aquí, y se tuvo que dar cuenta, lógico ya que no fui nada disimulado.

—Sí, ya, ya. Mi madre me quería poner Kate, pero lo pronunció muy bien y lo pusieron como sonaba —explicó, como si yo lo hubiera visto escrito en algún momento. 

Vi que seguía con su mano estirada y me avergoncé de inmediato. Me limpié la mano en el pantalón, para que no notara mi sudor en ella y se la estreché. 

En el momento en el que nuestras manos hicieron contacto noté un estremecimiento, como una chispa que surgió al unirlas, que me recorrió todo el brazo. 

¿Era este chispazo del que hablaban los libros?, ¿me había enamorado?, ¿Habría notado ella lo mismo?

—¡Auu! —gritó separando nuestras manos sin más—. ¡Qué calambrazo, hostia! —añadió con mal humor repentino. 

Sacudió varias veces su mano, al parecer sí que lo había notado. 

Mis microsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora