Capítulo 2. Día uno

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"De una mala racha puedes aprovecharte, sólo es cuestión de arriesgarte"

Irving Arreguin Enciso.

—Oye —Dijo Roberto de manera alarmante, hizo que saltara del sofá —me llegó un mensaje de Sofía, dice que no podrán subir, no hay comunicación en la carretera por un deslave a consecuencia de la lluvia, pero que ella y tu primo se encuentran bien.

—Sí, también Ismael me envió un mensaje, al parecer estaremos solos —lo dije en buen sentido, pero creo que mis lujuriosos ojos decían otra cosa.

—Sí, por un rato, no creo que esto dure mucho, me da tranquilidad que tu primo se encuentre con Sofía, la respeta mucho y hay veces que me pongo a pensar que él la conoce más que yo. Ella es muy especial ¿sabes? Es linda, es muy tierna, pero es muy demandante.

Los rayos zumbaban en mis oídos, la tierra cimbraba por los rayos cercanos, mi corazón latía fuerte por el ruido inmenso de la tormenta que nos acechaba, me asomé a la ventana de la sala, las gotas caían como dardos perforando la tierra, hacían grandes hoyos y desaparecían conforme más y más gotas caían, el nivel iba en ascenso, lentamente, pues la tierra absorbía mucha agua, pero había momentos donde ya no se percibía el suelo. Roberto puso su mano sobre mi hombro:

—No te preocupes, todo estará bien, así como tu primo cuidará de Sofía yo lo haré contigo, la tormenta pronto cesará y el cielo se abrirá, nos encontramos en una meseta plana sobre la montaña, nuestra cabaña no está en riesgo. En fin, tenemos mucho que hacer —hubo silencio después de esas palabras de aliento, ése hombre me hacía suspirar y a pesar de mi miedo por los truenos, los instantes que pasaba con él me calmaban en demasía.

—Podemos conocernos, ¿qué tal que hacemos un juego? Podemos preguntarnos cosas sobre nosotros, o qué tal que me lees un poema —Roberto se sentó en el sofá y alzó los pies sobre él, esperando como un niño a que su papá le lea algún cuento.

—Ya sé, quizá quieras cenar —dijo Roberto mientras daba un salto a la cocina.

—Claro —contesté— me gustaría cenar, mientras se calienta... la comida, puedo leerte algo y después podemos conocernos mejor —no sé si mordía mis labios o mis ojos brillaron más, pero como niña corrí a mi habitación para traer mi libreta.

Al bajar, él esperaba en el sofá, tenía una mano ocupada, sostenía el cigarrillo que había prendido, en la otra un vaso de whisky en las rocas, sus piernas cruzadas y sus brazos extendidos en el sofá, parecía que era apropósito cada ademan que hacía, para que yo me interesará más en él, la postura de sus brazos me obligaba a sentarme a lado suyo y rozarlos con mi espalda, pronto lo miré con mi libreta en mano, me quedé unos segundos parada estúpidamente y él bajó los brazos para que me pudiera sentar.

Los cristales recibían las gotas congeladas, convertidas en granizo, oíamos cómo se estampaban sobre la cabaña, la pequeña laguna que estaba frente a nuestra cabaña se había salido de sus cauces, las ventanas estaban opacadas, el frío afuera era inmenso, carcomía en nuestras pieles, el calor de nuestros cuerpos, del café y de la fogata, había hecho que se empañaran los cristales de la cabaña.

—Anda, quiero escuchar un par de poemas —me sonrojó con sus palabras y me cautivó con su sonrisa, esa sonrisa que acompañaba sus dos hoyuelos que hacían juego con su barba.

Me senté a lado de él y comencé:

—Éste tiene por nombre: NO LO TOMES A MAL

Siete días juntos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora