Un día soleado

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Era costumbre para las familias de Auradon disfrutar los fines de semana en el parque central del Reino, y aquel domingo no sería la excepción. El sol de inicios de mayo brillaba en el cielo, y sus rayos se reflejaban en el agua del lago encantado, donde varios niños nadaban salpicando agua por todos lados. Paseando por los alrededores del agua cristalina, había príncipes y princesas disfrutando de la suave brisa que traía consigo los olores tibios del césped, flores y juncos. Y en la orilla del lago, una pareja disfrutaba de su día soleado comiendo un picnic; ellos hubiesen pasado desapercibidos, confundiéndose con todos los demás, si uno de ellos no fuese el mismísimo rey.

—Y por eso es que me siento agobiado—le dijo Ben a Mal mientras masticaba un pedazo de queso— No sé si estoy haciendo lo correcto. El hada Madrina es la única persona que me apoya en mis decisiones y ella dice que siga mi corazón. Eso es lo único que sé. Pero ¿Debo ser el rey que creo que se merece mi pueblo, o el rey que mis padres quieren que sea?... La verdad es un poco extraño eso, linda. Solo quiero lo mejor para todos, ¿Por qué es tan difícil lograrlo?

Mal, que no había escuchado absolutamente nada de lo que Ben había dicho, simplemente asintió y siguió comiendo fresas.

—¿Ser rey es complacer a mis padres y a mi pueblo? —continuó Ben—Pero en ese sentido mi pueblo también sería la Isla... Es tan complicado ser rey... En fin, al menos te tengo a ti para que me escuches, no sé qué haría sin ti, Mal. Te amo con todo mi corazón.

—Ajá —contestó Mal mordiendo otra fresa. Luego levantó el rostro y vio que su novio la miraba de forma inquisitiva. —Esto...

¿Acaso Ben le había dicho algo importante? Mal intentó recordar que había dicho su novio, pero le fue imposible: Había estado demasiado distraída pensando en Evie, otra vez. Últimamente no podía sacársela de la cabeza, era como si su mejor amiga hubiese decidido quedarse a vivir en ella con alquiler gratuito.

—¿Mal? —preguntó Ben— ¿Está todo bien?

—Si.

—Te amo —insistió el chico.

Mal esbozó una sonrisa, aunque no muy convincente. El ambiente se volvió un poco tenso, pero afortunadamente no duró mucho, porque en aquel momento Jay y Carlos se lanzaron al lago y salpicaron  agua por todos lados.

—¡Ya entiendo porque te gusta tanto esto, Carlos! —le dijo Jay a su mejor amigo.

Los niños que estaban nadando salieron rápidamente del agua, asustados, pero los dos isleños parecieron no darse cuenta de aquello.

—¡Lo se! —contestó el peliblanco echándose agua en la cara—¡El agua de la Isla era tan asquerosa que casi ni podíamos bañarnos! ¡Te dije que nadar era divertido!

Jay se hundió en el agua y agarró a Carlos de los tobillos, para luego hundirlo. Algunas personas alrededor censuraron con las miradas aquel juego violento, mientras que otras, solo unas pocas, rieron.

—Ojalá esos dos se ahoguen mutuamente —le dijo Doug a Audrey, quien se refugiaba del sol bajo la sombra de un árbol. Frente a ella se encontraba Chad admirando su reflejo en el agua.

—Sería maravilloso —respondió la chica cabizbaja.

—¿Qué pasa Auds? —le preguntó Chad sin dejar de admirarse. Por fin su ojo estaba totalmente recuperado y volvía a ser tan arrogante como antes.

—Nada que te importe—cortó la chica mascando un chicle y mirando con odio a la hija de Maléfica.

—¿Es la estúpida de Mal? —preguntó Doug.

—¡Dije que no importaba!, ¿Estas sordo aparte de tonto?

Doug regresó la vista al lago, apenado. Chad había empezado a tomarse fotos.

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