Capítulo 5: El Ojo de Plata

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La luz del día y el ruido del exterior hicieron despertar a Alan, estiraba sus brazos y bostezaba con energía. Tardó unos instantes en asimilar dónde se encontraba, pero no demoró mucho en recordar la noche anterior. Aquello le hizo salir apresuradamente de su refugio y vio a muchas personas, algunas de su edad y otras mayores; yendo de un lugar a otro. Era cierto, lo del Bestiario sólo era el comienzo, porque se quedó boquiabierto al ver por primera vez unicornios cabalgando, pegasos y aves fénix volando, duendes corriendo entre los habitantes del valle que parecían figuras borrosas que desaparecían en un parpadeo, entre otras muchas criaturas mágicas. También había dragones, con diferentes apariencias que le hizo recordar los relatos de su abuelo.

La mayoría tenía cuerpos escamosos y algunos otros estaban cubiertos de pelo o plumas; de un sólo color o varios; inclusive se veía aquellos que se sostenían simplemente sobre sus patas traseras y otros se apoyaban en cuatro; pero todos medían poco más de tres metros. Una parte tenía un par de alas, también había con dos pares y otros no tenían, pero todos los que veía en aquel momento podían volar.

Alan regresó al interior de su nueva residencia, sentándose en su cama y cubriéndose la cara con las manos.

―Entonces no estoy loco, ni tampoco fue un sueño... ―susurró sonriendo inconscientemente.

―¡Sí, estás loco...! Soy un perro y si me escuchas hablar considérate demente ―Saravin saltó hacia Alan entre risas, lamiendo sus manos para que dejara de cubrirse la cara, luego empezó a reírse―. Es una broma, todo es tan real como tú o yo.

Recordó el día anterior con sus amigos, aunque sólo había pasado un día, sintió que era un evento de hacía años. No se sentía él mismo, pero incluso con eso no se lamentaba de estar en ese sitio.

Abrió las ventanas con sólo levantar una tabla de madera que las cubría y sostenerla de un extremo con una vara. Su estómago gruñó de hambre, sin demorarse un segundo más se dirigió a la cocina. Saltó del susto al acercarse al horno ya que se encendió por sí mismo, después de recuperarse, se fijó entre los víveres que había, en la esquina de aquella casa había un bloque de piedra finamente tallada para que sirviera como almacén de alimentos, pues el interior de la piedra era fría, como si hubiera sido recubierta de hielo previamente; tras encontrar, huevos, tocino, jamón y queso, junto a algunos utensilios de cocina, se le vino a la mente que preparar para el desayuno. Cuando estaba sirviendo un pedazo de tortilla española y se preparaba para dar el primer mordisco, Saravin saltó y le robó el bocado.

―¡Oye! ―Terminó de devorar el platillo―. ¡Esto sabe muy bien!

―¡Me hubieras dicho que también tenías hambre! ¡Eso era mío!

―Qué mal, porque ya me lo comí ―Saravin sonrió entrecerrando los ojos y moviendo la cola de gusto, se burlaba

―Olvídalo, haré más...

Alan preparó dos platos y sirvió el desayuno, recordando lo que Epatl una vez le había hecho en el campo con una milanesa. Definitivamente Saravin era su hijo.

―Tenemos tiempo antes de que la maestra Eerin venga a buscarte, ¿Quieres salir a conocer el valle? ―Saravin era el último en terminar de comer, había pedido repetir 3 veces más el desayuno.

Salieron de la casa y fueron a caminar por el valle, el cual era más extenso de lo que Alan había apreciado la noche anterior y la superficie del lago parecía más que sólo un espejo, de cerca podía apreciar parte de la profundidad del cuerpo del agua, la cual era inmensa pues no había un fondo, más que un espacio que se oscurecía, aquello se apreciaba gracias a que el agua era cristalina y transparente. Aunque también muchos dragones nadaban, no perdía su resplandor y belleza. Por un instante, al ver hacía el fondo del lago, el cuerpo de Alan se estremeció y el frío escalofrío de siempre recorría su espalda. Pero fue algo que decidió pasar por alto.

La vida Como un DragónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora