Capítulo III: Punto de quiebre

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Luego de dar varias vueltas en el aire, al volver a la solidez del suelo los pies se le confundían y cruzaban mientras seguía riendo. Luke la seguía por detrás recuperándose por el esfuerzo de alzarla, pero aún así riendo junto con ella. Sandy caminó en dirección al mantel instalado sobre el césped donde se encontraba Elena tomando un vaso de jugo de sandía hecho por ambas. Las carcajadas seguían saliendo de su boca cuando volteó a mirar a su padre un momento y golpeó la jarra. El vestido amarillo que usaba de repente quedó teñido de un rojo húmedo, al igual que el vestido celeste de Elena sobre el que también había caído cierta cantidad. El mareo que sentía se desvaneció dando paso al arrepentimiento, había sido un simple accidente, pero su torpeza con las extremidades del cuerpo solía aparecer inoportunamente como en ese momento. Luke y Elena no se sorprendieron, pues ya estaban acostumbrados a esos repentinos cambios con su hija presente. Sandy se disculpó pero Elena solo la hizo levantarse y entrar a la casa para cambiarse y lavar las manchas antes de que fueran permanentes. Al ingresar el lugar era ajeno a ella, pero lo sentía familiar; los sillones de extraño tapizado, la escalera, los biombos traslúcidos de la cocina, todo, como si esa casa fuera suya. Elena ingresó a la cocina mandando a Sandy a cambiarse. La muchacha obedeció y se adentró en el pasillo que la llevaba a su habitación. Sin embargo, al instante se tornó de noche y escuchó un estruendo proveniente de la cocina. Exaltada volvió al lugar donde había dejado a su madre.

Ollas caían y los muebles eran empujados cuando Sandy vislumbró a su madre tratando de ser reducida por otra persona envuelta en ropas negras, soltó un leve sonido al inflar los pulmones por la sorpresa llamando la atención de Elena. Verla aterrorizada en la oscuridad la distrajo, pero no al sujeto que aprovechando esto pasó un brazo por su cuello y la apresó desde atrás. Sandy se proponía entrar al lugar dando un paso cuando la mirada de su madre la paralizó.

¨Vete¨ entendió.

Quiso intervenir de todas formas, pero Elena no hacía más que rogarle.

¨Vete, vete, vete, vete¨

No, no podía. Se gritaban con los ojos mas ninguna cedía. Sia dio otro paso decidida a intervenir, pero la cara de Elena la venció, debía irse. Corrió a su habitación y cerró la puerta dándole la espalda a la minúscula ventanita por la que entraba escaza luz. Al darse la vuelta la luz desapareció tras la bolsa negra que pasó sobre su cabeza y encerró su cuerpo atrapándola, comenzó a retorcerse pero cada vez se sentía más aprisionada. Cerró los ojos lanzando manotazos y al abrirlos una tenue luz apareció dándole color a la sábana que la cubría completamente. Respirando forzosamente se deshizo de ella a gran velocidad y se encontró otra vez en la cálida habitación donde se había alojado la noche anterior, solo que le parecía tan cargada y falta de oxígeno que dificultaba su respiración. La mañana había llegado sin que se diera cuenta y el minutero se acercaba a las 10 en otra parte de la casa. Saltó de la cama deshaciéndose de las sábanas e intentó abrir la puerta sin lograrlo. Ese simple inconveniente bastó para potenciar sus nervios ya alterados y hacerle sacudir la manija con fuerza. Al no lograrlo continuó intentando con tal ferocidad que de pronto varias masetas del estante cayeron y terminaron en pedazos. Al ver lo que sin querer había provocado se detuvo, el susto inicial se transformó en culpa y se acercó. Observó los pequeños pedazos e intentó ocultarlos tras de sí cuando Marlene y Eugene entraron sorprendidos.

  —Sia, ¿Te encuentras bien? —Preguntaron.

 Esta trató de que no vieran lo que había hecho, pero no lo logró. Cuando Eug intentó acercarse para recogerlos, Sandy retrocedió poniéndose a la defensiva. El hombre notó la agitada forma en la que su pecho subía y bajaba, por lo que volvió sus pasos comprendiendo lo que le pasaba por la mente. Marlene sin entender su actitud también intentó un acercamiento pero Eug la tomó por los hombros diciéndole que se lo explicaría en la cocina. Sandy no logró calmar su respiración hasta largo rato después de que se fueran. Finalmente volteó y continuó contemplando su desastre. Las raíces expuestas parecían querer hacerla llorar, no sabía por qué, pero aun así. En definitiva esas pequeñas fibras no eran la causa de su llanto, sino la mezcla de emociones que la habían golpeado durante las últimas 24 horas. Ese eclecticismo de sentimientos era completamente nuevo, pues su vida anterior era tan rígida y rutinaria que no daba lugar a sorpresas. Lo cual la golpeó al notar la monotonía de lo que había sido su vida. 

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