Hace un tiempo, era solo un chico normal, iba a la escuela, tenía buenas notas, salía con amigos, y me divertía como cualquier adolescente de catorce años. Pero luego todo eso cambió, mi situación cambió y mi mamá hizo todo lo posible para que pudiésemos salir adelante juntos.
Pero incluso ella, que desde pequeño la veía como la mujer más fuerte e inteligente que conocería en mi vida, que tenía todas las respuestas a mis dudas, que encontraba la solución a cada uno de mis problemas... Incluso ella se agotaba.
Entonces caí en cuenta de que no tenía una super mamá, solo tenía una madre normal, que me amaba y haría lo que fuera por mí, incluso si sufría a cada paso que daba, incluso si todo su cuerpo dolía.
Yo solo tenía dieciséis años y tenía una madre joven con problemas de mujer mayor, estaba débil, y agonizando, pero seguía trabajando hasta el cansancio. Tenía que pararla antes de perderla.
Tenía que convertirme en el hombre de la casa y proteger a la mujer que luchó sola por mi. Después de todo, tenía mi edad cuando me tuvo, ahora con dieciséis años, era mi turno de cuidarla.
(...)
-Cariño, te preparé el desayuno, come algo antes de irte ¿sí? -su dulce madre le habló con una sonrisa.
-Lo haré mamá, pero ya te dije que puedo comprarme algo de camino al trabajo, prométeme que cuando me vaya volverás a la cama a descansar, no hace falta que me esperes para cenar, solo come y duerme temprano -dice lo de todas las mañanas, sabiendo que su madre estará preocupada todo el día por él- No te preocupes mucho, yo se cuidarme solo -dice esto último acariciando la mejilla de su progenitora con una mano, mientras que con la otra tomaba la taza de té que estaba en la mesa.
-Mi bebé... Ya es todo un hombre, como no voy a preocuparme por ti, soy tu madre, vivo preocupándome por ti, hasta que no llegues sano y salvo a la casa no poder respirar tranquilamente.
-Lo sé mamá, prometo que a partir de hoy te enviaré mensajes más seguido para que sepas que estoy bien -sonríe y ella solo asiente rindiéndose, le dolía que su hijo tenga que salir a trabajar siendo tan joven, cuando aún no se graduaba de la secundaria. Ella sabía lo estresante que podía ser lidiar con tanta responsabilidad, lo que le hacía sentir culpable. Todos los días, al ver a su hijo así, se arrepentía de muchas malas decisiones que tomó a los dieciséis años. Pero jamás se arrepentiría de tenerlo a él.
Fred terminó su té y las tostadas, rápidamente se levantó agarrando su mochila y un bolso donde guardaba su uniforme de la escuela.
-Ya me voy mamá, te amo -se despide de su madre con un beso en la frente y se va.
-Yo también te amo hijo... -su sonrisa desaparece como si la casa dejara de brillar en cuanto el menor sale por la puerta, su única luz, a partir de ese momento su día se volvía largo y aburrido, solo le tocaba estar en cama, tomar sus medicinas a horario y rezar por su hijo.
(...)
Un poco más alejado, en la ciudad, había una joven bien arreglada caminando apresuradamente por los pasillos del hospital, había recibido una llamada de su madre algo preocupada.
Llegó a la habitación que le habían indicado y se detuvo en la puerta para arreglarse el cabello y sus prendas y finalmente entró, viendo a su abuelo sentado en la cama de hospital, conectado a un suero. Su madre se acercó a ella con un fingido rostro de preocupación y la empujó levemente para que se acercase a donde estaba él, con su cara de siempre, mirándola como si no le agradara que sea su nieta.
-¿Que pasó abuelo? -su preocupación se había ido en cuanto vio que su abuelo estaba bien. Ya estaba acostumbrada a que le diera esos sustos, pero el viejo seguía vivo, solo lo hacía para presionarla. Ya que ella tomaría el cargo de la compañía cuando el se retire.
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El Balance Perfecto
Teen FictionJay es una fría y arrogante ejecutiva que vive una vida laboral llena de estrés y responsabilidades, con un abuelo estricto, quién la atormenta y espera no lamentar dejarla a cargo de la gran herencia. El destino la cruzará con Freddie, un joven uni...