La frialdad de la noche otoñal envolvía el ambiente. La estación recién iniciaba, pero Rusia jamás dejaría de ser inclemente respecto al clima.
Solo en su departamento, de pie y a través de la ventana de la sala, observaba ensimismado las luces de la ciudad, como si estas fueran lo más maravilloso del mundo, o peor aún, la opacidad de sus abstraídos orbes gritaba en silencio que lo transportaran a otro lugar.
Ni el contacto de Makkachin al buscar su mano lo distrajo de su limbo emocional.
Lo único que rompía el denso silencio era el ruido lejano y discreto de la televisión, la cual, había encendido más de una hora atrás, pensando por un momento, que la película en reproducción le ayudaría a pasar la soledad que le engullía sin piedad al llegar a su "hogar".
Pero esto jamás ocurrió.
Todo terminó como sucedía casi siempre cuando no había nadie a su alrededor: la misma vorágine de sentimientos debatiéndose entre su cabeza y corazón.
No obstante, el escuchar su nombre— en lo que seguro era una comercial—lo hizo prestar un poco de atención, más no cambió su postura. No era no novedad que los medios de comunicación sacaran una nota sobre su carrera. Pero siempre era lo mismo. Contaban una y mil veces las glorias del "Pentacampeón", "El orgullo ruso," El Rey del Hielo", "La Leyenda Viviente". Y si no hablaban de sus éxitos sobre la pista seguramente lo harían de su vida privada, ya que de igual forma parecía interesarle demasiado al mundo.
Más no podía quejarse. Amaba patinar.
Cerró sus ojos un segundo evocando casi el momento exacto en que ocurrió...
Se conectó con el hielo desde que lo pisó por primera vez siendo casi un infante hacía más de veinte años. Cuando sus padres seguían con vida y fueron juntos a una pista local para pasar un momento en familia.
Suspiró al recordar el tacto delicado de su madre al colocarle cada patín.
Sintió un nudo cerrarse en su garganta pues la siguiente escena en su memoria era casi palpable...
Nadezhda Nikiforov tomó su manito y el de su padre Konstantin para entre los dos enseñarles su primera lección. Esa tarde todo fluyo entre risas y demostraciones de afecto para con él. Viktor estaba radiante y pleno ante la experiencia nueva, pero cuando cayó sobre la dureza helada debido a su falta de experiencia se rompió a llorar. Su madre bajó de inmediato hasta su nivel para ayudarle, secó sus lágrimas, lo besó y le dijo con todo el amor que le profesaba: "Oh Lapachka... no llores por una pequeña falla. Mejor piensa que aprenderás de esto para ser mejor en el futuro" [1].
Esa frase la llevó siempre a su lado como mantra.
Poco tiempo después comenzó su entrenamiento, ya que Viktor podía llegar a ser tan terco —o tenaz— que sus padres optaron por inscribirlo a sus primeras lecciones.
Fue en definitiva la época más feliz de su vida.
El tiempo pasó en un parpadeo y pronto —pese a ser un niño amateur— le felicitaban conmovidos por la maravillosa y natural forma en la que desarrollaba su técnica día con día, pues los Nikiforov estaban seguros de una cosa: El mundo vería nacer una estrella al igual que ellos.
Más la felicidad no duró por muchos años, ya que a los trece —poco antes de clasificar en la categoría junior—, sus padres lo abandonaron víctimas de un accidente automovilístico, quedando así bajo la tutela de su abuelo Sergei quien también partiría tiempo después.
En repetidas ocasiones le reprochó a la vida el haberle arrebatado ese único e irrepetible momento en que subió a lo más alto del pódium por primera vez, ya que no pudo compartirlo ni ver en el rostro de Nadezhda o Sergei la felicidad y el orgullo de su familia.

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Podemos amarnos...¿verdad?.
FanficViktor es tan exitoso patinando como lo ha sido siempre, pero, no todo es lo que parece. La extrovertida personalidad que muestra ante las cámaras, solo es una estrategia publicitaria que ha tenido que utilizar desde muy joven. No obstante, tiene un...