SEGUNDA PARTE
I
Había pasado casi un mes desde el día que tuvo su encuentro con Abdiel y, a pesar de todo lo que había sucedido en esas semanas agitadas, Abraham había tenido tiempo de pensar en él. Más de una vez, se había sentido tentado de escribirle para que se vieran de nuevo, pero la culpa, que aún lo invadía y le oprimía el pecho, lo había disuadido de hacerlo. Esta vez, sin embargo, era diferente: estaba decidido a encontrarse con él. Lo necesitaba. Sabía, desde el momento en que se despertó, por la mañana, que ese era el día que tanto había esperado. El día en el que iba a sucumbir ante la idea que tantas vueltas le había dado en la cabeza recientemente.
Abraham nunca se había imaginado que algún día la policía lo iba a interrogar. Él nunca había cometido ningún delito, al menos nunca uno grave. Era una persona normal que no se metía en problemas con nadie y a quien la policía y el crimen le resultaban ajenos, como algo que siempre había estado ahí, latente, pero nunca lo había rozado a él, directamente. Y, sin embargo, en esas semanas había estado dos veces frente a frente con la policía. La primera vez en su propia casa, la segunda en el ministerio público. Había sido una experiencia dolorosa porque el interrogatorio de la policía le hizo recordar detalles en los que prefería no pensar, como el hecho de que Emiliano y él habían discutido justo antes de que desapareciera. Había pensado mucho si era buena idea que les dijera a los policías que lo interrogaban sobre las notas y el número de Abdiel que había encontrado en la libreta de Emiliano. Pero algo en su interior lo había convencido de guardar silencio. Había escuchado que era muy común en México que culparan a personas inocentes de crímenes que no habían cometido y pensó que si les decía, era muy probable que fueran tras Abdiel y lo responsabilizaran. Y no quería eso. Al menos, hasta saber más sobre él y estar seguro de que, como su intuición le decía, Abdiel no tenía nada que ver con la muerte de Emiliano. Habían llamado también a Patricia y ella había corroborado que esa noche Abraham y ella habían dormido juntos en casa de él y que no habían hablado con Emiliano ni habían sabido nada de él durante la madrugada. Le tomaron muestras de sangre a Abraham y le dijeron, como él ya sabía, que habían encontrado orina y semen de otra persona en el cuerpo de Emiliano. Y así fueron pasando los días entre declaraciones y policías, pero sin que Abraham sintiera, ni por un momento, que estaban más cerca de entender qué le había pasado a Emiliano.
Les había contado a Nuria y a Patricia sobre su encuentro con Abdiel y sus reacciones habían sido distintas. Nuria seguía entre la conmoción que le causaba el asunto y la emoción por llegar al fondo de él, mientras que a Patricia le preocupaban los efectos que todo este lío pudiera tener en las emociones de su amigo.
Y, ciertamente, no había un solo momento del día en el que, de un modo u otro, Emiliano y su muerte no estuvieran en el pensamiento de Abraham. Era como una condena. Como si en su vida hubiera un antes y un después marcado por la tragedia del asesinato de Emiliano, que ya no lo iba a dejar volver a ser el mismo.
Pero ese día, Abraham pensaba que se merecía una recompensa, un pequeño placer que amortiguara tanto dolor, tanto sufrimiento. Y su recompensa iba a ser ver a Abdiel. Aunque luego la culpa lo atormentara un poco. Después de todo, él no había matado a Emiliano y Emiliano le había sido infiel antes de morir. Se merecía un poco de placer, aunque fuera efímero, aunque durara media hora y, cuando se terminara, fuera a volver al dolor y el vacío que cada nuevo día significaba desde aquella mañana en que Edith le llamara para decirle que Emiliano no había vuelto a su casa a dormir. Tomó su teléfono y le escribió un mensaje a Abdiel, saludándolo.
II
A la china Patricia le preocupaba mucho Abraham. Claro que ella supo, desde el momento en que se enteró de la muerte de Emiliano, que los siguientes días, semanas y meses iban a ser muy difíciles para él y se había propuesto estar ahí para consolarlo, distraerlo o lo que hiciera falta. Sin embargo, ella se había imaginado una reacción diferente. Pensaba que Abraham iba a estar triste todo el tiempo, con ganas de llorar. Y más bien, estaba cada vez más terco, más distraído y ensimismado. Se le notaba la tristeza, sí. Pero no era una tristeza de lágrimas o de sollozos, como la que ella se había figurado. Era, quizá, algo más profundo que no podía terminar de entender porque no estaba en su lugar. Y Patricia no sabía qué hacer para ayudarlo ni si debía alentarlo o no en la idea que se le había metido en la cabeza de investigar por su cuenta lo que le había sucedido a Emiliano. Le parecía un disparate y estaba segura de que no iba a llegar a ningún lugar, aunque también pensaba que quizá le ayudaría a sanar sus heridas el sentir que había hecho todo lo que estaba en sus manos para encontrar la verdad.
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La oscura raíz del grito
Mystery / ThrillerEl cadáver de Emiliano, de 19 años, aparece en un río y su novio, Abraham, parece ser el único interesado en descubrir qué pasó con él. No tiene pruebas, pero está convencido de que lo asesinaron. Su única pista es una libreta en la que Emiliano, po...