CAPÍTULO II: SILENCIO

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I

Abraham pensaba que en el celular o en la computadora de Emiliano podrían estar las claves para entender qué le había sucedido. Pero no sabía qué había pasado con su celular. Quizá lo tenía Edith. O quizá nunca lo habían encontrado. Tal vez seguía tirado en algún rincón a la orilla de un río, tal como habían encontrado el cuerpo de Emiliano. O a lo mejor estaba sumergido al fondo de ese río o la corriente lo había arrastrado a otro lugar y a esas alturas estaría ya, de seguro, completamente estropeado. Cuando Edith le había llamado para decirle que Emiliano no aparecía, él le había marcado de inmediato, pero mandaba directo a buzón. Después habían intentado rastrear el celular, pero no lo habían logrado. Debía estar apagado, con la batería muerta o inservible. No supo después si lo habían encontrado y se lo habían dado a su familia o si nunca apareció.

Pero recordaba haber visto la laptop de Emiliano sobre su escritorio el día que fue a su casa y le pidió a Edith llevarse la libreta. Ahora pensaba que quizá en esa computadora pudiera encontrar algo. ¿No se le había ocurrido a Edith revisarla cuando Emiliano estaba desaparecido? O quizá lo había hecho, pero él no sabía. Edith y él no habían hablado mucho desde entonces. ¿La habría llevado a la policía para que la revisara y buscara información?

Abraham no tenía idea de cómo se hacía una investigación policiaca, pero intuía que la policía en México no resolvía muchos casos. ¿Valía la pena darles información y confiar en que encontraran al culpable? ¿Haría la policía, al menos, el intento por llegar a la verdad? Él no se quería quedar sin hacer nada. Pensó en sus posibilidades. Quizá podría pedirle la computadora a Edith. Pero, ¿con qué pretexto? ¿Le diría la verdad, que quería espiar en los secretos de Emiliano para tratar de entender lo que le había pasado? ¿O habría alguna mentira que pudiera resultar creíble para que ella le diera permiso de llevarse la laptop? Pensó también en que era muy probable que tuviera contraseña. Y, además, ¿qué estaba buscando? Ni siquiera le constaba que a Emiliano lo hubieran asesinado. Edith había recibido los resultados de la autopsia, pero él no sabía mucho de ellos. Y no se atrevía a preguntar más. Pero no le parecía posible otra explicación para que lo hubieran encontrado a la orilla de un río, días después de desaparecer, y muerto a puñaladas. O eso era, al menos, lo que había alcanzado a escuchar entre los murmullos el día del funeral. Pero lo más probable era que a Emiliano lo hubieran matado para asaltarlo, que se hubiera metido en el camino de una pandilla o de algún loco que no lo conocía. Y, de ser así, no encontraría nada raro en su celular o en su computadora, ninguna pista. Pero él necesitaba respuestas y no se atrevía a hablar con Edith para preguntarle, por ejemplo, si lo habían encontrado sin sus objetos de valor o con ellos. Y luego estaba lo que le había dicho su abuela: casi siempre es alguien conocido. ¿Pudiera ser que a Emiliano lo hubiera matado alguien que él conocía? ¿Ese alguien que se había puesto violento con él unos días antes de que desapareciera? Abraham pensaba que sí. Lo sentía como un presentimiento que le cortaba la respiración. Tenía que encontrar más información. Tenía que hacer algo para no volverse loco. Y recuperar esa computadora era lo único que se le ocurría.

II

Abraham echó a andar hacia la casa de Emiliano. Estaba a solo cinco minutos caminando de la suya. Había hablado esa mañana por teléfono con Edith y le había preguntado si se podía quedar con la gata de Emiliano. Edith había dudado mucho. Se había quedado callada un momento, después había puesto algunas excusas, pero finalmente, y tras un poco de insistencia de Abraham, le dijo que estaba bien, que podía pasar por ella y quedársela. Abraham sabía del cariño que Emiliano le tenía a la gata y pensaba que cuidarla era la única manera que tenía ahora de hacer algo por él. Así que lo haría bien.

Llegó. La casa donde vivía Emiliano era la última de su calle. Abraham tocó el timbre y fue Frida quien le abrió. La niña era callada. En silencio, lo dejó pasar y fue a llamar a su mamá.

La oscura raíz del gritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora