CAPÍTULO III: VACÍO

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I

La costa estaba a unos cien kilómetros, pero alrededor de la ciudad solo había aridez. Y no era una aridez como la de las películas. No había cactus ni dunas, ni siquiera arena, solo un montón de terreno plano poblado por matorrales y arbustos sin mucho de especial. El interior de la ciudad estaba repleto de palmeras, parecía que todo el mundo las plantaba en avenidas, casas, afuera de los supermercados y los centros comerciales. Quizá era el único árbol que se daba bien en ese calor y esa aridez que se habían interrumpido en los últimos días con unas lluvias torrenciales y persistentes que aumentaban la sensación de tristeza y soledad de Abraham. Pero ese sábado, la aridez característica de la tierra en la que había nacido parecía dispuesta a volver. Era de mañana aún, pero el calor comenzaba ya a sentirse y, por primera vez en días, el sol se asomaba, fuerte y pleno, por las ventanas de la casa de Abraham.

La china Patricia se acababa de ir a su casa, apurada y nerviosa por el regaño que le esperaba al llegar. Le había dicho a Abraham que fuera a comer con ella, en el restaurante de sus papás, al medio día, pero él no estaba seguro de si quería hacerlo. Ana y Rafa probablemente estarían enojados con él porque su hija no había llegado a dormir. Antes de irse, le había dicho del mensaje que había recibido de Nuria y prometió contarle todos los detalles en cuanto se hubiera reunido con ella.

Abraham le había marcado a Nuria pidiéndole más información, pero ella se había negado a adelantarle nada. Quedaron de reunirse a las seis de la tarde, después de que Nuria hubiera salido de trabajar y llevado a su mamá a comer, como le había prometido, y solo entonces le contaría a Abraham todos los detalles que había averiguado.

¿Qué haría con esas horas que se le iban a hacer eternas hasta que dieran las seis? Debía bañarse y comer algo. Quizá no sería mala idea comer con Pati, aunque tuviera que aguantarse la vergüenza de ver a sus papás. Al menos así se distraería un rato.

Acarició a Taylor, que se había acercado a él, probablemente atraída con el olor de la comida porque se estaba calentando las sobras de días anteriores a modo de improvisado desayuno. Le parecía muy bueno poder platicar con Nuria antes de su encuentro con Abdiel, así tendría más información al hablar con él. Se sentó a comerse su desayuno con Taylor rondando entre sus pies y maullando. Tal vez le había dado muy pocas croquetas por la noche y tenía hambre. Tomó un poco de comida de su plato y se la puso en el suelo. Ella se acercó rápidamente y se la comió toda de un bocado. Abraham miró la hora. Eran las once de la mañana, faltaban siete horas para que llegara Nuria. Sabía que no iba a poder estar en paz mientras daban las seis y aún faltaba mucho para la hora de la comida con Patricia, así que se le ocurrió algo que lo distraería. Se cambió la ropa y salió de su casa con una idea en mente. Tomó un autobús que lo llevaba a las orillas de la ciudad.

II

Abraham se bajó del autobús y comenzó a caminar. Sabía hacia dónde se dirigía, aunque no lo terminaba de aceptar. Después de unos diez minutos caminando, divisó a lo lejos el río. Estaba a las afueras de la ciudad. Recordaba que cuando él era niño su mamá lo había llevado a él y a sus primos al río para jugar con el perro que ellos tenían y hacer un pequeño día de campo a las orillas. Era una costumbre usual de la gente en su ciudad. Pero con el paso del tiempo, la mancha urbana había absorbido al río que ahora estaba prácticamente dentro de ella, pues algunos fraccionamientos nuevos se habían construido a su alrededor. Eran fraccionamientos grandes, de casas pequeñas, blancas y todas iguales.

Caminó hasta llegar al río. Era el mismo en el que habían encontrado el cadáver de Emiliano. Lo habían encontrado, precisamente, unos residentes de uno de los fraccionamientos que ese día habían salido a correr.

La oscura raíz del gritoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora